Se trata de un ejemplar de kakuy, una especie emblemática del norte que ha inspirado innumerables leyendas.
Daniel Díaz
Su personalidad solitaria, de hábitos nocturnos y sus gemidos muy parecidos a los de una persona, han originado innumerables leyendas a lo largo de la historia.
El kakuy inspira cierto temor y es común que la gente del campo se santigüe al escuchar su canto. “Hay quienes lo consideran de mala suerte, sobre todo si canta cerca de las casas, pero nada más alejado de la realidad ya que es un ave muy beneficiosa para todo su entorno, que se alimenta de pequeños insectos”, contó Javier Arias, del COA Salta.
El ejemplar en cuestión fue registrado por la cámara de Alejandro Sandoval en la finca La Montaña, propiedad de la familia Oliver Kohler, ubicada en inmediaciones de la ruta 9/34 y del expeaje Aunor.
El kakuy mide entre 33 y no más de 38 centímetros y su plumaje es de un degradé de marrones. Esta textura y la capacidad de mantenerse completamente inmóvil y erguido le permite camuflarse a la perfección, confundiéndose muchas veces con los troncos de los árboles. Dichas características llevaron a que lo llamen también “pájaro estaca”.
Su horas de mayor actividad se despliegan durante la noche, cuando se encienden sus ojos de amarillo intenso y revolotea velozmente en busca de sus presas, a las que suele sorprender con su gran velocidad y destreza.
La leyenda
Cuentan en el campo, que en el monte vivían dos hermanos. El varoncito se desvivía por atender a su hermana para hacerla feliz, pero ella era indiferente y mal intencionada. Normalmente lo ignoraba y de tanto en tanto le hacía alguna maldad. Era cruel y despiadada.
Un día cuando el chico volvía a su casita cansado y hambriento después de haber trabajado todo el día, ella volcó a propósito el único frasco de miel que tenían para alimentarse. Fue así que ambos tuvieron que salir al monte en busca de un panal. Extrañamente ella lo acompañó.
Según la leyenda, al divisar un panal en el árbol más alto del lugar, el chico le pidió que al subir se cubriera la cabeza para evitar las picaduras de las abejas y ella, sin sospechar nada siguió los consejos de su hermano. Cuando llegaron a lo más alto de la copa, el muchacho fue bajando de a poco desgajando el tronco sin que ella se diera cuenta.
Al pasar el tiempo, la muchacha se quitó la manta de la cabeza y cayó en cuenta que estaba completamente sola en la punta del árbol y no tenía como bajar. Iba cayendo la tarde y el miedo se apoderó de ella y comenzó a gritarle a su hermano “Kakuy, turay”, que quiere decir algo así como “esperame hermano, no me dejes”, pero él no regresó jamás.
Los gritos siguieron: “Kakuy, turay” hasta que en la profundidad de la noche comenzaron a crecerle plumas en todo el cuerpo y se convirtió en el pájaro que gime y estremece el monte, el kakuy.
Revuelo en la PLAZA 9 DE JULIO
A fines de 2010 un kakuy causó un revuelo en la plaza 9 de Julio. Era una tarde calurosa de noviembre, cuando un par de jóvenes divisaron un ejemplar sobre una de las ramas de un arbusto ubicado enfrente de calle Mitre.
La rareza de este tipo de ave para los ojos de los salteños citadinos y para los turistas, generó un verdadero revuelo. A los pocos minutos una multitud fotografiaba, grababa y admiraba al indiferente kakuy, que con la cabeza erguida se mantenía inmóvil sobre un tronco.
Mientras muchos murmuraban por lo bajo la leyenda que pesa sobre esta inofensiva ave originaria del monte salteño y de gran parte del NOA, un grito desgarrador del canto del kakuy erizó los pelos de los observadores, que no tardaron en huir despavoridos mientras el animalito levantaba vuelo para posarse en la rama más alta de un lapacho rosado, lejos de las miradas de los curiosos.
Fuente: El Tribuno