El gran actor argentino de todos los tiempos vuelve a la escena «en primera persona», en el libro de uno de sus amigos íntimos
“Mi mamá cuando me veía nervioso, porque no podía aprenderme la letra o me angustiaba porque alguna obra no me salía, me decía: ‘¡Ay, Alfredo! ¡Pensar que en este momento podrías ser gerente de Harrods!’” Tal, una de las anécdotas que cuenta Jorge Vitti en Alfredo Alcón, biografía en primera persona, que acaba de salir. Una biografía que hacía falta para mostrarnos a ese primer actor emblemático y amado por sus compañeros actores e idolatrado por generaciones de espectadores de cine y de teatro. Jorge Vitti es, además, un hombre de teatro con sus propias credenciales. Actualmente dirige Edipo Rey en el Centro Cultural de la Cooperación, con éxito de público en el teatro y en las escuelas adonde concurren.
Alfredo Alcón debutó en 1955 – a sus flamantes 25 años y recién egresado del Conservatorio de Arte Dramático- y continuó su labor hasta 2014 de manera incesante, apasionada, dividiendo al año teatral entre las obras que representaba en Buenos Aires y el resto del país. Incluso, si no fuera por el libro de Vitti, al espectador argentino se le pasa por alto que Alcón haya sido un actor asiduo y querido por el teatro español, que lo tuvo durante mucho tiempo en sus escenarios al menos una temporada por año. Para los compañeros del oficio, el talento y el profesionalismo de Alcón es un punto de referencia cuando quieren aspirar a la excelencia. Para los cinéfilos es el “Juan Carlos” de Boquitas Pintadas (Torre Nilsson, 1974) y el diablo en Nazareno Cruz y el lobo (Leonardo Favio, 1975). El hombre que debutó en cine como el galán de Mirtha Legrand en El amor nunca muere (Luis César Amadori, 1955) estuvo flanqueado -¡como para no ponerse nervioso!- por Zully Moreno y Tita Merello-. Para los coleccionistas, fue el modelo de Annemarie Heinrich en una de sus fotografías de estudio, la cual llegó a ser sello postal en 2014 en el marco del 29° Festival de Cine de Mar del Plata. Para los espectadores de teatro, él brillaba con luz propia en el Teatro General San Martín durante años y, también fue la voz del mensaje grabado en el teléfono del Instituto Nacional de Teatro, que respondía: “Hola, soy Alfredo…” Como todo libro, llegar a elaborar esta biografía fue para Jorge Vitti producto del azar y a la vez del trabajo constante de dos años, así como del apoyo del crítico Jorge Dubatti en la lectura y en el armado. Nacido en Rufino, Santa Fe, Vitti es director teatral y arquitecto y vive en Buenos Aires desde hace muchos años. Y cierta vez conoció a Alfredo Alcón y se hicieron amigos inseparables.
“Nunca tuve el mandato de escribir un libro, pese al dicho que aconseja plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Lo más cercano a un libro que escribí anteriormente fue el guión para un documental sobre Alfredo. Este guión es el esqueleto del libro. Muchos de estos testimonios los recopilé para el documental, pero al final desistí de ese primer proyecto porque consideré que no tenía la fuerza suficiente para ser exhibido en cine. Gran parte del material fotográfico y de archivo apareció después de su muerte. A los pocos días de haber fallecido Alfredo, yo entré al cuarto que su mamá tenía en el departamento de él y hallé cantidad de fotos y recortes de revistas, los programas de todas las obras de teatro… Jamás Alfredo me había hablado de ese material, y es más: creo que él no sabía que la madre tenía todo eso. El no era una persona de ponerse a ver fotos viejas, ni tenía nostalgia de sí mismo. No le gustaba verse en las antiguas películas. Todo el tiempo estaba pensando en cuál era la próxima obra, el próximo proyecto. Incluso, con obras que hizo dos veces en su vida, como La muerte de un viajante, nunca se ponía a pensar en cómo la había hecho antes: encaraba el proceso como nuevo cada vez”.
Alcón se había hecho del llano, había comenzado desde abajo -fue hasta actor de fotonovelas- y pasó muchas de las penurias de la bohemia durante sus inicios. Claro que la bohemia, para quien la pasó, no posee tintes folletinescos, sino que la considera una pesadilla. Por ejemplo, la pobreza y su casamiento con Nani Freire, quien viaja a España a buscarlo para casarse, lo hicieron -un poco a disgusto de él- y cuando al final nació el bebé que tanta premura exigía, nació muerto. Las dificultades templaron su carácter, aunque no perdió la solidaridad para con sus pares. En varios momentos la biografía relata los desplantes, cuando alguno del público se ponía irrespetuoso y pedía que subieran la voz los actores o cuando gritaban una grosería. En esos casos, él pegaba la media vuelta y desaparecía le pesara a quien le pesara. A pesar de eso, era querido hasta por los técnicos, porque era uno de los pocos actores respetuosos para con los trabajadores. “Alfredo no era soberbio”, asegura Vitti, “tenía vanidad como tienen todos los actores y un ego como tienen todas las personas.” Cuenta el autor que “Alfredo se negaba a tener una biografía, hubo perdiodistas y escritores que le propusieron hacerla, él se negaba. ‘Cuando yo me muera, que la escriban’, respondía; él se resistió siempre. A lo mejor se trataba de una superstición, como cuando le dieron un premio a la trayectoria, a él le perturbó pensar que era un premio a algo que se había acabado, como si fuera su retiro.” Por eso, la voz que narra la biografía es un acierto y hace que el lector no salga de su asombro. Se trata de una biografía en primera persona. El protagonista cuenta su vida yendo y viniendo por sus recuerdos.
El libro llega hasta la muerte del actor y cuenta cómo se generaron sus últimos proyectos, como Los reyes de la risa (Teatro Metropolitan, 2010) donde trabajó con Guillermo Francella o en Filosofía de vida (Metropolitan, 2011), donde se reecontró con Rodolfo Bebán 33 años después de haber hecho juntos Lorenzaccio y donde Vitti cuenta cómo después de la función una señora arrojó al escenario un ramo de flores y cuando Alcón se acercó a recogerlas, la señora gritó: “¡No, no, son para Rodolfo, son para Rodolfo!” El libro cuenta además con casi cuarenta páginas de fotografías.
-Así como Alfredo no podía verse en las obras y en los retratos; tampoco yo pude leer el libro. También me pasa cuando construyo una casa -ríe Vitti-, hay una instancia en que corregís un plano, y ya querés corregirlo de nuevo. En algún momento, hay que entregar los planos, hay que entregar el libro. En este libro, por otra parte, me quedó afuera mucha gente querida por Alfredo, como Leo Sbaraglia, y eso vendrá en la próxima.
Edipo Rey
Volviendo a la tragedia de Sófocles, en la versión de Vitti, sus protagonistas son Fabián Vena como Edipo y Alejandra Darín en el papel de Yocasta, su madre y esposa. El director adaptó la pieza para que durara una hora, “pero permanece allí la palabra de Sófocles”, asegura. Y acentuó un punto de vista que corre a la obra del remanido cuentito freudiano. Se trata de una obra sobre el poder y la soberbia, explica Vitti, de alguien que quiere eternizarse en el poder. El quiere solucionar los problemas de su pueblo, sin siquiera saber cuáles son realmente: es una cuestión soberbia. E interpreta lo que él quiere, hasta del oráculo de Delfos, creyendo que puede burlar el destino y hasta llega a creerse hijo de una diosa. Es el drama de nuestra época. La obra baja durante el receso de verano y se repondrá en marzo.
Jorge Vitti nació en Rufino, Santa Fé. Es docente en la facultad de Arquitectura de Buenos Aires y director de teatro. Actualmente dirige Edipo Rey en el Centro Cultural de la Cooperación. En este libro recrea los recuerdos ques su amigo Alfredo Alcón (1930-2014) -a quien acompañó durante 35 años-, no se atrevió a publicar en vida por timidez.Las vivencias compartidas, conversaciones con quienes le conocieron y otras tantas entrevistas que ofreció Alcón complementan su visión del actor.
Fuente: https://www.clarin.com/cultura/alfredo-alcon-mascara-mil-personajes_0_r1vzrXybz.html