-Záááááámm… de mi esperááááááán… suééééé… suéééé… deláááál…
Juan Carlos Saravia se imita a sí mismo, cortando las palabras y dejando sueltas las sílabas finales en la Zamba de mi esperanza. Y hace lo mismo con La cerrillana:
-Con el alma en un híííííí…, mi negra líííííín.., te vi bailar…
A los 89 años, con su gracia salteña intacta, quien fuera líder de Los Chalchaleros durante casi 55 años, hace una confesión inesperada:
-Vos sabés Julito que nosotros no sabíamos cantar. No podíamos terminar las sílabas porque nos faltaba el aire.
-¿Pero entonces ese desvanecimiento que hacían de las estrofas no era intencional?
-¡No, para nada! Cantábamos así porque no nos salía pronunciar las palabras enteras. Hasta que un día descubrí que era como algunas maestras, que tienen que hablar toda la semana y el viernes terminan sin voz. Por eso decidimos estudiar vocalización.
-¿Ustedes estudiaron vocalización?
-Sí, yo fui a una profesora. Además, me estaba quedando sin voz porque por cantar mal me lastimé una cuerda vocal, que sangró y se pegó a la otra cuerda inferior. Me quedaba sin sonido. Un querido amigo mío, el locutor Miguel Franco, me llevó al médico. Yo no quería porque tenía miedo de que fuese cáncer, pero Miguelito sacó turno y me llevó a la fuerza. Al final el médico me dijo «no te preocupés, no es nada, sólo tenés que cambiar la manera de cantar». Y por eso después empezamos a pronunciar mejor todas las sílabas.
En realidad, esta revelación parece ser una sutil manifestación de humildad. Es difícil creer que el inconfundible sonido de Los Chalchaleros fue consecuencia de un defecto. De todas maneras, haya sido virtud intencional o accidente fortuito, ese estilo mereció el comentario de alguien célebre por la filosa ironía de sus comentarios:
-Un día Atahualpa Yupanqui me dijo: «Paisano, ustedes han descubierto la manera más perfecta de afinar, porque dejan que el que está escuchando termine la sílaba con su propia afinación».
Como suele ocurrir con los clásicos de distintas disciplinas artísticas, el tiempo viene a demostrar que en su momento Los Chalchaleros fueron auténticamente revolucionarios.
Marcaron un antes y un después en la música folklórica argentina. Su primera aparición pública se produjo en 16 de junio de 1948 en el Teatro Alberdi de Salta, cuando cantaron la Zamba del grillo. Ese día se inauguró un formato musical que no existía hasta entonces y que luego se hizo habitual: tres guitarras y un bombo.
En ese momento eso fue novedoso y originalísimo. Luego, rápidamente, el modelo cundió y fue imitado, hasta convertirse en casi obligatorio en el género. Pero Los Chalchaleros fueron los primeros, los fundadores de un sonido y un estilo.
Un brevísimo repaso nos ubicará en la época.
La difusión de la música popular folklórica había comenzado en 1935 con Los hermanos Abrodos, quienes se consagraron como intérpretes de la música campera y fueron infaltables en las peñas de todo el país.
Luego se produjo la aparición de La tropilla de Huachi Pampa, un conjunto de varios cantores y guitarristas, que interpretaban el repertorio cuyano. Su creador fue el sanjuanino Buenaventura Luna, nombre artístico de Eusebio Dojorti, quien desde 1939 condujo en LR1 Radio El Mundo el célebre programa El fogón de los arrieros.
Por su parte, el quinteto de los Hermanos Ábalos nació en 1939 en Santiago del Estero y cobró notoriedad en 1942 cuando interpretaron el Carnavalito quebradeño en la película La guerra gaucha, de Lucas Demare.
Al mismo tiempo, en 1942, Ernesto Montiel e Isaco Abitbol crearon en Corrientes elCuarteto Santa Ana, formidable punto de partida para la difusión de la música del Litoral.
Es decir, Salta no había aparecido todavía en el escenario folklórico del país.
Y fueron Los Chalchaleros los que incorporaron el repertorio de Manuel J. Castilla, César Perdiguero o Artidorio Cresseri, entre tantos creadores de la provincia. Además, fueron los primeros en usar la clásica indumentaria gauchesca regional, con el poncho rojo.
Muy pronto el sonido, el repertorio y la vestimenta de Los Chalchaleros fueron inconfundibles.
Y así comenzó una trayectoria sin par.
En septiembre de 1947, en la fiesta de los estudiantes del Colegio Nacional de Salta, actuaron dos dúos folklóricos. Uno, integrado por Juan Carlos «el Gordo» Saravia y su primo Aldo «Chivo» Saravia. Otro, con Víctor «Cocho» Zambrano y Carlos Franco «Pelusa» Sosa.
-Éramos todos amigos… parientes y compañeros además. Así que no había pica ni competencia. Por eso se nos ocurrió unirnos y cantar juntos en cuarteto. Pero como buenos provincianos, nos tomamos nuestro tiempo. Recién unos meses después nos encontramos otra vez y empezamos a ensayar. En mi casa, en la casa de Cocho. Pensamos un nombre para el conjunto y le pusimos Los Chalchaleros porque en Salta se le dice así al zorzal, que come los frutitos colorados de una planta que se llama chalchal.
-¿Y al final debutaron en 1948?
-Sí, imaginate los nervios que teníamos, el teatro Alberdi estaba lleno. Todas nuestras familias, los amigos. Y empezamos haciendo macanas de entrada. Pelusa tenía que hacer la introducción con la guitarra, pero se apuró tanto que en vez de zamba parecía una cueca. Entonces yo me le acerqué y le dije en voz baja «más lento» ¡Y Aldo, que estaba al lado mío, entendió «Adentro» y se largó a cantar la primera estrofa antes de tiempo! Al final se encarriló en la melodía y todos lo seguimos.
A lo largo de su trayectoria de 54 años, Los Chalchaleros tuvieron 10 integrantes: Juan Carlos Saravia, Aldo Saravia, Víctor Zambrano, Pelusa Sosa, José Antonio «Chango» Saravia Toledo, Ricardo «Dicky» Dávalos, Ernesto Cabeza, Eduardo «Polo» Román, Francisco «Pancho» Figueroa y Facundo Saravia.
Si bien cada uno aportó su talento y su personalidad, es indiscutible que Ernesto Cabeza fue fundamental para que el conjunto alcanzara su máxima jerarquía musical. Juan Carlos Saravia no vacila en subrayarlo:
-Cabecita nos dio todo musicalmente todos los matices. Los silencios que hacía con la guitarra eran incomparables. A él lo trajo Dicky. «Yo conozco a un guitarrero en Salta, da clases de guitarra», dijo. Pero Ernesto no quería, él se dedicaba a lo suyo, tenía otra vida. Y nosotros ya éramos conocidos, vendíamos muchos discos. Al final ingresó en 1953, en lugar del Chango, que siguió con su carrera de abogado.
-Contame algo más de Cabeza…
-Nos dio un sonido que no teníamos, un sello característico en la armonía. Uno escucha esa guitarra y antes de que empiece la zamba ya sabe que son Los Chalcha… Apenas se incorporó comenzamos a grabar sus temas. La nochera, su primera zamba, que él hizo conJaime Dávalos… Y también compuso la Zamba del chalchalero, sobre la base de nuestro saludo musical. Estudiaba guitarra clásica con Martínez Zárate y le gustaba mucho el flamenco. Una vez en España, en un programa de televisión, la animadora nos dijo que iba a hablar con cada uno de nosotros y Ernesto le dijo «mirá que yo no hablo…». Ella creyó que era un chiste y cuando estábamos grabando le hizo una pregunta… ¡Cabecita no abrió la boca y hubo que parar la grabación! Era un muchacho muy tímido, muy callado. Pero nos reíamos mucho con él. Una vez fuimos a cantar a Francia y él se compró un libro para estudiar todas las frases. Se la pasó estudiando francés en el viaje. Cuando estábamos allá me dijo: «Acompañame a la farmacia que tengo que comprar dentífrico». Fuimos y él pidió en francés, lo más bien. Pero la empleada le preguntó si quería chico, grande, con flúor, mentolado. Y ahí se perdió. Cuando salimos de la farmacia me dijo: «Acabo de descubrir que los franceses no entienden francés». Y terminó usando mi pasta dentífrica hasta que nos fuimos.
Ernesto Cabeza murió en 1980, víctima de un cáncer de esófago. No fue la única situación dramática que vivió el conjunto.
El 1° de mayo de 1961, a las cinco de la mañana, Los Chalchaleros partieron de Puerto Deseado luego de haber concluído una gira por la provincia de Santa Cruz. En el asiento delantero viajaban además del chofer Correas, Juan Carlos Saravia en el medio y Aldo Saravia del lado de la puerta. Atrás, Quiróz que era el representante artístico, Dicky Dávalos en el medio y Ernesto Cabeza junto a la puerta. Cerca de Puerto Piedrabuena y por un camino de ripio, el coche volcó y dio dos tumbos.
Días después del accidente, «Dicky» Dávalos regresó a Salta para reencontrarse con su familia. El 6 de mayo, el diario El Tribuno lo entrevistó en su casa y contó lo siguiente:
«El accidente fue a las 16.30. Salíamos de un pronunciado badén. Ibamos a unos 60 kilómetros por hora subiendo la cuesta de la salida y estábamos a la altura de Puerto Coyle. El ripio suelto del camino golpeó el cárter, resbalaron las ruedas yéndose el vehículo violentamente a la banquina mientras el chofer trataba de enderezar el auto. En esos momentos, instintivamente apoyé una mano en el techo y otra en el asiento. Fue entonces que se produjo el vuelco. Creo haber hecho muchos movimientos en forma inconsciente. Pero cuando recuperé el sentido alcancé a ver sobre el camino a Juan Carlos que yacía de espalda y a Aldo a los pies de éste. En esos momentos vi que a Cabezas que se acercaba. Corrimos a atender a los caídos junto con Quiróz y el chofer. Juan Carlos se incorporó y caminó hacia el automóvil que había dado dos vueltas. En tanto Aldo permanecía inmóvil. Lo atendimos pero nos dimos cuenta que nada podíamos hacer por él. Murió sin recobrar el sentido. Todo fue muy rápido y nos causó una profunda impresión«.
Juan Carlos Saravia recuerda el episodio:
-Aldo me salvó la vida, porque minutos antes me había cambiado de lugar en el asiento de atrás, pese a mis rezongos. Recuerdo que le dije: «¿Dónde viste un gordo viajando al medio?»,
En septiembre del año 2000, en una conferencia de prensa en el Bauen Hotel, Los Chalchaleros anunciaron su despedida. No habría más giras ni grabaciones ni escenarios.
Fue un largo adiós. Cálido, emocionante, conmovedor. Quizás, doloroso.
Comenzó el 13 de octubre, con 24 conciertos en el Teatro Coliseo. Siguió un show en la Rural y a partir de allí presentaciones en todo el país. Hasta que en junio de 2002 actuaron por última vez. Fue en el Polideportivo de la Virgen del Milalgro de la ciudad de Salta, el «Delmi», como se lo conoce.
Y cuando concluyó ese largo saludo de dos años por todo el país, Los Chalchaleros comenzaron a ser historia.
¿Por qué tomaron esa decisión?
Juan Carlos Saravia ya había pasado los 70 años. El desgaste físico requería una tranquilidad que el ritmo de las actuaciones estaba lejos de asegurar. Y como en todo grupo humano, despuntaban algunas desavenencias.
Desde todo punto de vista, era mejor cerrar el ciclo de Los Chalchaleros en el momento de plenitud, mucho antes de una eventual decadencia.
Pero el público quizás esperaba una continuidad sin límites. Iba a quedar un vacío, para miles y miles de admiradores de un estilo de canto aún invicto. Por eso Juan Carlos, propietario de la marca del conjunto, le propuso a su hijo Facundo que asumiera la continuidad y se pusiera al frente de una nueva formación. Pero «Facu» prefirió iniciar su propio camino:
-No me pareció digno aprovecharme del prestigio de Los Chalchaleros, ni tampoco usufructuar mi apellido. Yo no tenía derecho a explotar la trayectoria de mi papá.
Hoy, mientras continúa su actividad sindical en la Asociación Argentina de Intérpretes, Juan Carlos Saravia se muestra agradecido:
-Cantamos durante 54 años, hice todo lo que no debería haber hecho y lo que debía hacer. El público nos dio todo su cariño y aún hoy lo sigue haciendo. En la calle, en todas partes recibo el afecto de la gente. Sigo queriendo al público y no dejo de agradecerles esa admiración permanente que se pasa de padres a hijos.
Ha repartido entre sus hijos la ropa, las botas y los ponchos:
-Ellos tienen todo, aquí en Buenos Aires y en Salta. También las guitarras… ¡Por suerte aquí me queda una, para las fotos!
-¿Seguís yendo a Salta?
– ¡Sí, no menos de dos veces por año! En enero y febrero, seguro. Allí los veranos son más frescos. Y también en septiembre, para la fiesta patronal del Señor del Milagro.
Cada vez que llega a su provincia, Juan Carlos Saravia puede ver en el Portezuelo, en la entrada de la ciudad de Salta, el mural hecho por profesores y alumnos del taller de escultura de la Escuela Provincial de Bellas Artes Tomás Cabrera, donde aparece los diez integrantes que formaron parte de Los Chalchaleros:
-A mí me han favorecido, porque soy medio fierazo y ahí parezco un galán.
En Salta está en su ambiente y sigue escuchando folklore:
-En las provincias por suerte se sigue cantando el repertorio clásico, con sabor folklórico. Pero aquí lo que cantan hoy en día es pop, medio bolero, y deja de tener el encanto provinciano.
Sin duda, el gusto del público varía y las modas se van sucediendo al conjuro de los profundos cambios de la sociedad. Pero este cronista sospecha que hay un repertorio que se mantendrá invicto, imbatible. Es una herencia cultural de los argentinos, hecha de zambas, cuecas y chacareras, invariablemente precedida por una palabra cortada, una fórmula que estalla y que se ha convertido en el sello de Los Chalchaleros:
-¡Prim…!
Esa orden musical, que en la gracia natural de Juan Carlos Saravia permite enhebrar la anécdota que cierra esta crónica:
-Estábamos grabando en un programa de televisión en Washington y viene el jefe de piso que no hablaba una pepa de español. A través del intérprete me dijo: «¿Cómo empiezan ustedes?». Y yo le hice contestar: «Digo primera…». Nos disponemos a grabar y como pronuncio «prim…» los tipos no arrancaban. Volvió enojadísimo porque pensó que lo estaba cargando. Y le tuvieron que explicar que a mí nunca me sale la palabra «primera» entera…
Los Chalchaleros ya no cantan, se han despedido, el conjunto inconfundible ya es recuerdo.
Pero sin embargo, la magia está intacta. Y cada vez que los escuchamos en alguna grabación, recuperamos esa emoción que han sembrado en nuestros corazones.
Son únicos, irrepetibles.
Eternos. Aunque este video nos muestre la noche que cantaron por última vez: