Jardin de Noticias

María Remedios del Valle, la Madre de la Patria


Fuente: Felipe Pigna, Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, Buenos Aires, Planeta, 2011, págs. 198-202.

Es reconocido el papel de las mujeres al cuidado de heridos en los frentes de batalla, como es el caso de las célebres “niñas de Ayohuma” y más precisamente el de una liberta y por lo tanto negra. Lamadrid no duda en llamar a esta argentina de origen africano como “la Madre de la Patria”. Lo que se menciona menos es que, en muchos casos, estas mujeres acompañaban a los ejércitos y que su participación a veces excedía el de “auxiliares”, vivanderas, enfermeras, esposas y concubinas de soldados y oficiales.

Justamente, el caso de Ayohuma, terrible derrota para las fuerzas patriotas conducidas por Belgrano en 1813, muestra la presencia entre esas mujeres de una morena porteña que estaba “enlistada” en el Ejército del Norte desde tres años antes. Se llamaba María Remedios del Valle y desde el 6 de julio de 1810, cuando partió la primera expedición destinada al Alto Perú al mando de Ortiz de Ocampo, acompañó a su marido, a un hijo de la sangre y a otro adoptivo, del corazón, los tres muertos en esas acciones. La “parda” María, como se la menciona en algunos partes militares, combatió en Huaqui (julio de 1811), vivió las peripecias de esa trágica retirada del Alto Perú y luego el éxodo jujeño. Volvió a combatir en las gloriosas victorias de Tucumán y Salta y en las trágicas derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, siempre junto a su general Belgrano que la había nombrado capitana, siempre con un grito de aliento, curando heridos, sacando fuerzas de donde ya no había. Allí se fue desgarrando con la pérdida de su marido y sus hijos. En esta última batalla fue tomada prisionera por los realistas Pezuela, Ramírez y Tacón, que la condenaron a ser azotada públicamente a lo largo de nueve días. Pero María pudo fugarse de sus verdugos y reintegrarse a la lucha contra el enemigo operando como correo en el peligroso territorio ocupado por los invasores. El expediente que transcribimos a continuación señala, entre otras cosas, que estuvo siete veces en capilla, o sea a punto de ser fusilada, y que a lo largo de su carrera militar recibió seis heridas graves de bala. No fue fácil que las autoridades de Buenos Aires le reconocieran el grado de capitana, con el sueldo correspondiente, pero lo logró aunque luego de la independencia, como ocurrió con tantas otras y tantos otros patriotas, el Estado dejó de pagárselo.

En octubre de 1826, a través de Manuel Rico, presentó este pedido de reconocimiento de sus servicios: “ (…) la Capitana patriota María de los Remedios (…), quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropas que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aun proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente durante nueve días (…) por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla (…) quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves (…) quien ha perdido en campaña disputando la salvación de su patria su hijo propio, otro adoptivo y su esposo (…) quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana; con sueldo (…) y demás consideraciones (…) ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad. (…)

Manuel Rico. Buenos Aires – octubre 23 de 1826.[1]

Cuentan que un día el general Viamonte vio una mujer harapienta limosneando y al acercarse a darle una moneda exclamó: “¡Es la Capitana, es la Madre de la Patria!”. Poco después desde su banca en la legislatura insistió junto a otros compañeros de armas para que se hiciera justicia con la querida María.

Viamonte argumentó que: “(…) es singular mujer en su patriotismo. Ella ha seguido al Ejército del Perú en todo el tiempo que tuve el mando en él: salió de ésta con las tropas que abrieron los cimientos de la independencia del país: fue natural conocerla, como debe serlo, por cuantos hayan servido en el Perú… Infiero las calamidades que ha sufrido, pues manifiesta las heridas que ha recibido; no puede negársele un respeto patriótico. Es lo menos que puedo decir sobre la desgraciada María de los Remedios, que mendiga su subsistencia”.[2]

Pero hubo necesidad de insistir porque al diputado Alcorta no le alcanzaba con esos argumentos ni con las cartas que presentaron quienes conocían bien a María, como los generales Díaz Vélez, Pueyrredón, Rodríguez y los coroneles Hipólito Videla, Manuel Ramírez y Bernardo de Anzoátegui, y Miguel Rabelo, quien sostenía: “Los señores generales y subalternos que llevaron los estandartes de la libertad al Perú aseguran que (…) sus trabajos y servicios marcables son acreedores a la seria consideración de un Gobierno que hasta ahora no ha hecho más que recibir en su regazo y llamar a su asilo a todos cuantos han trabajado por la libertad del país, dándoles como subsistir. Sólo la heroína Remedios del Valle yace bajo la más inenarrable e inesperada necesidad. Seis cicatrices feroces de bala y sable. Su caro esposo, un hijo y un entenado que han expirado en las filas de los libres; es todo el haber de esta desgraciada. Esto, Señor, excede en valor y virtud a los Espartanos y Romanos, porque esta mendiga en el país por el que ha sufrido y tanto ha trabajado. ¿Y es posible, Señor Inspector General, que para compensar los servicios de esta desgraciada haya de ser necesario justificación de clase? No me parece, Señor: basta sólo su mérito para su recompensa”.[3]

Tomás de Anchorena expresó en la Sala de Representantes: “Efectivamente, esta es una mujer singular. Yo me hallaba de Secretario del General Belgrano cuando esta mujer estaba en el Ejército, y no había acción, en que ella pudiera tomar parte, que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente: admiraba al general, a los Oficiales y a todos cuantos acompañaban al Ejército; y en medio de este valor tenía una virtud a prueba […]. Yo los he oído a todos a voz pública hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedan los hombres después de una acción de guerra, sin piernas unos y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer […] y que una mujer tan singular como ésta en nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano de todas estas provincias; y adonde quiera que vaya de ellas debiera ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a un General…”[4]

El diputado Lagos pidió formar una comisión para que “componga una biografía de esta mujer y se mande a imprimir y publicar en los periódicos, que se haga un monumento y que la comisión presente el diseño de él y el presupuesto”.[5] Habían pasado muchos años de la muerte del bien intencionado Lagos cuando Perón, gran lector de la historia, llegó a la conclusión de que si se quería que un proyecto no funcionara, lo mejor que se podía hacer era crear una comisión.

Finalmente la Sala se expidió en una escueta resolución: “Julio 18 de 1828. Acordado: Se concede a la suplicante el sueldo de capitán de infantería, que se le abonará desde el 15 de marzo de 1827 (…). Lahitte, secretario”.[6]

Tantos papeles, tantas palabras laudatorias se tradujeron en 30 míseros pesos mensuales. La “Madre de la Patria” se las tenía que arreglar con un peso por día en una ciudad bastante cara donde la carne costaba dos pesos la libra y la yerba 70 centavos. [7]

Dos años después, Rosas la integró a la plana mayor inactiva (es decir, como retirada), con el grado de sargento mayor, por lo que decidió adoptar un nuevo nombre: Mercedes Rosas. Así figuró en la revista de grados militares hasta su muerte, en 1847.[8]

No hubo monumento ni biografía para María. Pasaron casi doscientos años hasta que en octubre de 2010 las diputadas Paula Merchan y Victoria Donda presentaron un proyecto en el Congreso Nacional para levantarle el adeudado monumento a la “parda María”. Mientras se concreta esta excelente iniciativa, no estaría mal que a las aulas de nuestras escuelas haga su ingreso la “Madre de la Patria” y reemplace definitivamente a la “Madre Patria” española, que según sabemos, se trata de una madre adoptiva apropiadora, ya que no hay datos del parto y sobran los testimonios sobre actos de secuestro, robo y supresión de identidad.

Referencias:

Citado por Aníbal Jorge Luzuriaga y Julio Arturo Benencia, Formación castrense de los hombres de armas de Belgrano, Instituto Belgraniano Central, Buenos Aires, 1980, pág. 116.

2 Ibídem, pág. 118.

3 Ibídem, pág. 120.

4 Citado en los fundamentos del proyecto presentado el 1 de octubre de 2010 en la Cámara de Diputados por las legisladoras Paula Merchan y Victoria Donda pidiendo la construcción de un monumento a María Remedios del Valle, la Madre de la Patria, en http://www1.hcdn.gv.ar/proyxml/expediente.asp?fundamentos=si&numexp=7245-D-2010.

Diego Rojas, “La Madre de la Patria”, Revista 23, 16 de octubre de 2008.

6 Citado por Luzuriaga y Benencia, pág. 123-124.

7 Cynthia Ottaviano, “María Remedios del Valle”, El Argentino, 30 de agosto de 2011.

Una de las primeras referencias a Remedios Rosas se encuentra en el artículo de Carlos Ibarguren, “La Capitana María Remedios del Valle”, La Prensa, 8 de marzo de 1932. Véanse también Sosa de Newton, Diccionario cit., Pág. 653 y Cutolo, op. cit., tomo VII, págs. 473-474. Desde 1944, una calle porteña, en el barrio de Parque Avellaneda, lleva el nombre de María Remedios del Valle. La escuela de enfermería de San Isidro y la casa de la mujer también llevan el nombre de la heroína.