LP – Usted se reconoce fundamentalmente como un narrador de ficciones, y las veinte novelas editadas lo confirman. Pero cabe aquí la pregunta de cuánto hay de ficción en cada historia.
A.C. – Buena pregunta, porque la relación entre realidad y ficción es muy compleja. Hasta el extremo que llegué a escribir una trilogía novelística inspirada en ella: El exilio de Sherezade, El callejón del silencio y La vida no basta, editada en Argentina. Se ve en ella que la verdad de las cosas y los seres pasa más por lo que llamamos ficción que por lo que llamamos realidad. Esta última suele ser superficial, y en especial en los tiempos que corren, mientras que la ficción verdadera se sumerge hasta el fondo, valiéndose incluso de la filosofía y la antropología.
LP – Con una profusa producción literaria en todos los géneros, ¿qué le interesa publicar especialmente?
A.C. – Pensaba editar este año un ensayo titulado Los bajos fondos del arte. Sobre la forma, la sombra y la ausencia, que cierra lo que será ya un Pentateuco sobre el mundo simbólico. Libros en los que logro amalgamar los tres ejes centrales de mi pensamiento: la literatura, la filosofía y la antropología, pero siempre navegando en lo profundo. También quería editar una nueva novela: Esa luz que ciega. Ambos libros quedarán para el año próximo, si nuevas invasiones de virus no nos mandan a quedarnos en casa.
LP – ¿Qué mensaje le interesó dejar en las novelas del mundo originario?
A.C. – No creo que las novelas sirvan para dejar mensajes. Estos sí abundan en mis ensayos, los que apuntan a una poética de lo sagrado -no religioso, por lo general- y el reencantamiento del mundo, enfrentado al iluminismo y las tiranías de la razón occidental.
LP – Vemos que las aventuras de los viajes plasmadas en colecciones también tienen importancia en su trabajo.
A.C. – Sí, y por eso dirigí una magnífica colección en Ediciones del Sol titulada La línea de sombra, con dos series: una dedicada a los relatos y novelas, y otra a los grandes viajes de descubrimiento. El Homo sapiens es un producto de la aventura, de la curiosidad de saber qué hay más allá de lo conocido, y por saberlo arriesga su vida, por más que no tenga hambre ni necesidad alguna, fuera del deseo de saber: por eso se nos denominó Homo sapiens. Pero este tipo de libros, antes muy vendidos en Europa y América, hoy atrae a pocos lectores, tragados ya por el Homo consumens.
LP – ¿Qué logros le deparó su obra antropológica?
A.C. – Siento a esta producción como inspirada en lo que atiné a caracterizar como “el deber de la escritura”, viendo a mi obra literaria como “el placer de la escritura”. Pero mis últimos ensayos, por tener que ver ya con la literatura y la filosofía, y no tan solo con lo antropológico, me llevan a conciliar estos tres horizontes, pues la escritura alcanza el nivel de lo literario aunque hable de cosas que la antropología se reservó para sí, pero sin lograr alejarse del tedio.
LP – Las últimas décadas nos muestran cambios sustanciales en el subcontinente que nos alberga. ¿Cuál es la situación actual de la Patria Grande?
A.C. – El sueño bolivariano de la Patria Grande fue destruido en los últimos años por una salvaje arremetida de Estados Unidos, que nos recuerda una frase de este libertador, que afirma que Estados Unidos estaba ya designado por la Providencia para sembrar el mundo de males en nombre de la libertad. Nuestra lucha fue siempre entre el latinoamericanismo y el panamericanismo, afirmado el primero ya en la Doctrina Monroe de 1823. Al acabarse esta pandemia debemos salir con la lanza de punta. Mientras que los países poderosos del mundo se ocupan tan solo de hacer negocios o conquistar mercados emergentes, Estados Unidos es el único país en el mundo que busca destruir todo poder legítimo para imponer títeres que sirvan a sus designios, como lo vemos hoy en Brasil, Colombia y otros países de la región. Su divisa es dominar, colonizar, prostituir y derrocar sin pudor alguno a todo gobierno que se muestre dispuesto a servir a su pueblo y no a los intereses de este imperio.
LP – Su libro El ropaje de la gloria es ahora reeditado por CICCUS. ¿Con qué propósito?
A.C. – Este libro formaba parte de mi plan de reediciones de algunos de mis libros literarios ya agotados hace mucho, y también como un modo de recordar a Belgrano a los 200 años de su muerte, y de paso, reflexionar sobre eso que llamamos gloria. Es curioso comprobar que todos aquellos que defienden la causa de la Independencia, tanto antes como ahora, terminan mal: muertos, exiliados, humillados. En cambio, los líderes de la Dependencia, como el Señor Macri, se llenan de oro y son halagados por buena parte de la ciudadanía. No olvidaré la imagen del rey de España y Macri en la Casa Histórica de Tucumán en el día del bicentenario, en el que incluso Macri le pidió disculpas al rey por los malos ratos que causaron nuestros pueblos a la madre España.
LP – ¿Qué lo llevó a incluir en esta reedición ese nuevo capítulo?
A.C. – Porque el cuento que abre el libro se origina en algunos azares. El primero, que la profesora que me enseñó a leer y escribir cuando tenía cinco años fue la última poseedora de cartas de Belgrano dirigidas a un tío de María de los Dolores Helguero, para que se la entregara. Buscaba así sustraerlas a la familia legítima, porque Manuela Belgrano era lo que entonces el Derecho denominada “Hijos adulterinos”, y todo documento probatorio que mostrase esto era suprimido. También porque Gerónimo Helguera, que es quien más acompañó a Belgrano en las batallas que éste librara, desde la campaña al Paraguay hasta el viaje final a Buenos Aires para morir es un ascendiente de mi abuela materna. De hecho, esta reconstrucción histórica complementa al relato literario, mostrando los cruces entre historia y ficción.
LP – ¿Por qué toma a Belgrano como protagonista de su inspirada prosa?
A.C. – Por varias razones, empezando por su figura humana y todo lo que le debe el Noroeste Argentino. Siguiendo por los cruces en mi infancia con un gran baúl que guardaba parte de ese ropaje de la gloria -entre ellas, cartas enviadas por Belgrano al tío de María de los Dolores Helguero, la madre de Manuela Belgrano-. También por la figura de Gerónimo Helguera, que tiene una calle en Buenos Aires denominada solo Helguera, sin mención de su nombre. Y por último, porque tuve que vivir en mi juventud una situación semejante a la de Belgrano con su hija Manuela, y que fue mi dolor más grande.
por Raúl Vigini
raulvigini@yahoo.com.ar