Se cumplen 25 años de la muerte de Daniel Moyano, escritor olvidado por el canon y recuperado por la escena literaria de los últimos años. Músico, periodista y escritor que se exilió en España, el autor sigue vigente. Acaban de editar sus cuentos completos.
Los números redondos de aniversarios son irresistibles porque sirven como disparadores de revisiones que, por lo general, proponen tres cosas: recordar con fervor, descubrir o revisitar un legado y, en lo posible y como consecuencia, reparar una injusticia. En el caso de los artistas, la ocasión parece apropiada para poner la lupa en la obra, no sólo en sus influencias, sino también en la legitimidad de las ponderaciones pasadas y presentes, con el ánimo de buscar una explicación que justifique tanto la permanencia del entusiasmo como el asombro ante la indiferencia histórica. Justamente, el 1° de julio de este año se cumple un cuarto de siglo de la muerte del escritor Daniel Moyano (1930-1992), creador de una obra cuya valoración viene creciendo al ritmo de oportunas reediciones.
Como Antonio Di Benedetto, Andrés Rivera y tantos otros, la circulación de sus libros sufrió una interrupción brusca a partir de 1976, con la llegada al poder de la dictadura militar, que sumió a ciertos escritores en un silencio editorial no siempre indemnizado con justicia tras el regreso de la democracia en 1983. Para ese entonces, Moyano llevaba ya siete años de un exilio español del cual nunca regresaría.
En su caso, el derrotero de reediciones (y ediciones) de los últimos años comenzó, entre otros, con El trino del diablo (Rubén Libros, 2004), Dónde estás con tus ojos celestes (Gárgola, 2005), Libro de navíos y borrascas (Gárgola, 2007) y El rescate y otros cuentos (Interzona, 2005), siguió con una edición crítica de Tres golpes de timbal por Alción (2012), En la atmósfera (El Mensú, 2012) y Un sudaca en la corte (Caballo Negro, 2012), y finaliza ahora, en este 2017 de aniversario redondo, con Mi música es para esta gente, la compilación de sus cuentos completos reunidos por el mismo Caballo Negro.
«Ricardo (Moyano, hijo de Daniel) es quien interviene directamente dando su parecer y precisa orientación –dice Marcelo Casarin, prologuista del libro, sobre el trabajo de edición–. Estuvimos en sintonía para facilitarle las cosas al editor del sello, considerando la dimensión del libro, la cantidad de cuentos que incluye y la dificultad para conseguir algunas ediciones agotadas».
La familia en sus primeros meses en Madrid, con Irma Capellino y sus hijos Ricardo y María Inés (gentileza Archivo Fotografías Daniel Moyano, CRLA-Archivos, Université de Poitiers, Francia; Universidad Nacional de Córdoba, Argentina)
La familia en sus primeros meses en Madrid, con Irma Capellino y sus hijos Ricardo y María Inés (gentileza Archivo Fotografías Daniel Moyano, CRLA-Archivos, Université de Poitiers, Francia; Universidad Nacional de Córdoba, Argentina)
Un legado inesperado, entre fotos y disquetes
La compilación abarca un trabajo de casi 30 años, desde Artistas de variedades, de 1960, hasta De El trino del diablo y otras modulaciones (1988) y Papeles sueltos, cuentos escritos en el exilio, algunos de ellos inéditos, otros aparecidos en revistas y diarios, que significaron la culminación de una época en que Moyano pudo dedicarse por completo a escribir después de un duro período de privaciones económicas.
La circulación y el canon
Ricardo recuerda a su padre en aquellos años de estrecheces «en los que trabajaba todo el día lijando plásticos en una multinacional por un sueldo de hambre». A esa altura, desde que llegó a Madrid hasta su muerte, o sea durante más de 10 años, Moyano tuvo como representante literario a la agencia de la mítica Carmen Balcells, una experiencia sin embargo nada fructífera en cuanto a la difusión de su obra. «Ella vendía literatura light, nada que ver con lo que publicaba mi padre –evoca Ricardo– por eso creo que jamás hizo nada por la circulación de su obra, más bien todo lo contrario».
La circulación, que no debería tener influencia en una hipotética ponderación canónica, ha sido sin embargo uno de los limitantes en la apreciación académica del escritor. «El canon es una de las manifestaciones de eso que llamamos mercado, que siempre le fue renuente a Moyano», explica Casarin. «Funciona con reglas extraliterarias complejas en las que inciden los medios, las editoriales y, también, las mismas instituciones académicas».
Sin embargo, el tema de la repercusión de sus obras nunca pareció importarle demasiado a Moyano, «ni siquiera tenía mucha preocupación en que se editaran», cuenta Ricardo, y fue quizás esa propia construcción de escritor secreto la que lo acompañó toda la vida, a pesar de la admiración que despertó en colegas contemporáneos como Gabriel García Márquez y Augusto Roa Bastos (quien le prologó sus cuentos de La lombriz). Ese espíritu de ocultamiento, de embozarse en un segundo plano de atención, supo trasladarlo al hueso de sus primeros personajes, casi siempre marginales o perdedores, por lo general hundidos en la pobreza y en la indiferencia social, a los que sin embargo siempre les concedía una promesa de paraíso.
Como la puerta dorada de la casa de la vecina de un adolescente avergonzado de su pobreza y que piensa que cruzándola encontrará la felicidad (del cuento «La puerta»); o la estatua de un jinete, en «La espera», que el huérfano ve de lejos siempre en partes y sueña con verla entera cuando el padre regrese para llevárselo a la ciudad; o el baúl del abuelo, en el conmovedor «Los mil días», «esa cosa mágica de donde salía todo el poder y toda la dicha del mundo».
Los objetos –una puerta, un baúl, una estatua– son importantes en Moyano no sólo por su valor discursivo, sino también porque alrededor de ellos estallan las tramas, volviendo una y otra vez a nichos semánticos de alto valor emotivo a veces resumidos en una frase o en apenas una palabra. Palabras clave que se repiten como una conmemoración en todo el texto, igual que esos acordes musicales que se agigantan, se estrechan y se modifican en variaciones temáticas y modales.
Moyano fue también violinista, una experiencia que volcó no sólo en algunos títulos («María Violín», «Un silencio de corchea», «El oboe que se escondió»), sino que el mandato musical de tema y variaciones contaminó también la concepción, la simetría y la estructura de su narrativa, como se observa en «Golondrinas», con esa recurrencia constante a la mención de la nota musical «re bemol».
La Rioja, patria literaria
Moyano nació en Buenos Aires, pasó la infancia y primera juventud en Córdoba y en 1959 se estableció con su mujer en La Rioja, el lugar donde fue feliz, según dijo alguna vez. Ahí trabajó de violista en un cuarteto de cuerdas y cofundó el diario El Independiente. Fue en ese marco donde se forjó su voz literaria. En esa época escribiría siete libros de cuentos, cuya matriz reflejaba ya las influencias que lo entusiasmaron siempre, como Kafka, Juan Rulfo, Cesare Pavese, Horacio Quiroga y Felisberto Hernández.
De entonces es «Cantata para los hijos de Gracimiano» –Ricardo dice que su padre lo consideraba el mejor de sus cuentos–, quizá la creación emblemática del universo moyaniano por su carácter fundacional. Aparecido en 1974, resultará el laboratorio de unas técnicas narrativas que eclipsarán la sencillez de sus primeros relatos en beneficio de estructuras que, más tarde, se derramarán en la creación de Tres golpes de timbal y de Libro de navíos y borrascas, novelas en las que, consecuentemente, la música y su lenguaje tendrán un protagonismo central. Moyano decía que Tres golpes de timbal era hijo de las Variaciones Goldberg, de Bach, y que fue una de sus 32 variaciones la que intentó “traducir” a la escritura de su obra capital.
Universo musical
El exilio fue para Moyano una tierra donde las diferencias del lenguaje lo obligaron a poner mayor atención en la morfología de la palabra, en su sonido y sus variaciones, y tal vez esa práctica fue la que lo transformó de un «realista profundo» (según Roa Bastos) a creador de atmósferas y de estados mentales más que de la realidad externa. «No me considero un escritor realista; no describo las cosas tal como suceden –dijo Moyano en 1989–. No me gusta fotocopiar la realidad».
Aunque autor de una obra prolífica, muchos de sus escritos se encuentran inéditos aún hoy. «Mi padre comentaba conmigo todo lo que escribía», recuerda Ricardo. «Cuando murió, había montañas de textos inconclusos, pero no dejó indicaciones de publicarlos, por eso he puesto algunos de ellos en dos bibliotecas digitales».
«Se ha producido una revalorización importante de Moyano en lo que va de este siglo», completa Casarin. «Hay un trabajo modesto pero persistente al que hemos contribuido en algo nosotros desde las universidades y también los medios. Desde mi punto de vista, Moyano es uno de los grandes narradores de la segunda parte del siglo 20».
Mi música es para esta gente reúne 30 años de narrativa corta del gran escritor. Una oportunidad para admirar el ejercicio de una poética construida en el desarraigo, en la orfandad, y en la creación de un universo ejecutado mediante las leyes de la música.
Fuente: http://www.lavoz.com.ar/numero-cero/daniel-moyano-el-escritor-de-oido-musical