Canciones que marcaron una época y quedaron grabadas en la memoria de los argentinos. Emilio Del Guercio pone el foco en el proceso de creación de temas musicales emblemáticos y en el momento histórico en el que impactaron.
El tango
El tango Cambalache es la más famosa obra que compuso el gran poeta Enrique Santos Discépolo. Aunque hayan pasado más de 75 años desde su creación, su letra sigue manteniendo enorme vigencia, como un claro reflejo de la sociedad. La frase que junta a la Biblia con un calefón es una pegada magistral, quizás la de mayor repercusión en esa histórica letra. Pero ¿cuál es su significado?
Cambalache fue compuesto en 1934 para la película «El alma del bandoneón», estrenada al año siguiente. Allí lo interpretó el cantor Ernesto Famá acompañado por la orquesta de Francisco Lomuto.
La obra nació durante la Década Infame, a la que denuncia Discépolo en varias de sus letras. Como respuesta de gobiernos autoritarios, en distintas etapas de la historia negra de nuestro país, fue censurada. Pero siempre renació con toda su originalidad. Particularmente en Argentina, Uruguay y Colombia, el término cambalache refiere a una prendería, lugar de compraventa de enseres usados.
Discepolín usó en esa letra 273 palabras, para todo un curso sobre las características del siglo XX.
En una parte dice la frase en cuestión:
«… y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia junto a un calefón…».
Tal expresión contrasta un libro de gran valor religioso con un artefacto mundano, y ha sido empleada en otras muchas cosas. Por ejemplo para titular algún programa (Jorge Guinzburg) o un tema discográfico (Joaquín Sabina). Quizás el autor en su enfoque del ‘siglo veinte problemático y febril’ donde ‘todo es igual, nada es mejor’ quiso juntar a Dios (la Biblia) con el infierno (el calefón, generador de calor, de fuego) y de allí que concluya con el vaticinio: «…que allá en el horno se vamo a encontrar…» No deja de ser una posibilidad.
El sable sin remaches, la Bilbia y el calefón
Pero un análisis desde otro punto de vista -rescatado de archivos- revela una costumbre antigua que junta los dos elementos de la emblemática frase. Exacta, real, demostrable o creíble, no se encuentra explicación fidedigna entre los muchos escribas, literatos e intelectualoides que dicen estudiar el tango.
Se la menciona a menudo, quizás sin saber de qué se trata. Por consiguiente, adquiere cierto valor, para analizarlo, lo rescatado del referido escrito, basado en la vida cotidiana de nuestro país y que explica el porqué de la aparentemente surrealista asociación de la Biblia junto al calefón, según Discépolo hace más de siete décadas.
Un autor anónimo comienza advirtiendo: ”La historia tiene relación con los baños, la higiene personal y la forma de realizarla por entonces, que hoy mucha gente, especialmente jóvenes, pueden no haber conocido atento al tipo de baños que hoy se usan. Al menos en el mundo occidental y cristiano.
Los baños actuales y que suelen ser llamados ‘completos’, constan como mínimo de retrete inodoro, lavabo, ducha y bidet. Hasta finales del siglo XIX se utilizaban bacinillas (también llamadas ‘tazas de noche’), cuyos contenidos eran arrojados por las ventanas al grito de ¡Agua va! Antes aún, había letrinas, que solían estar en los fondos de las casas”.
“En Buenos Aires –prosigue el autor anónimo- coexistieron bacinillas y letrinas hasta principios del siglo XX, época en que las familias ‘acomodadas’ comenzaron a instalar baños. Luego su uso se generalizó casi en toda vivienda, incluso en las modestas. El sencillo ‘miniambiente’ constaba al menos de retrete y lavabo. Si los lujuriosos dueños de casa practicaban la morisca costumbre de lavarse todo el cuerpo más o menos seguido, siempre que contaran con medios económicos suficientes como para costearse ese capricho, los baños también tenían una ducha. Claro, si había una ducha era necesario calentar el agua, así que al lado de la ducha se instalaba un calefón”.
“Sin embargo –según esta singular historia-, el papel higiénico tardó en obtener su carta de ciudadanía para poder trabajar en limpio en aquellas sucias tierras. Cuando apareció, era bastante caro y no estaba al alcance de todas las familias. Entonces se veían obligadas a utilizar para esos fines sanitarios el vulgar papel de diario o, en su defecto, cualquier otro. Era muy estimado un papel más sedoso; así que los sufridos usuarios trataban de conseguir en las verdulerías y fruterías los papeles con los que venían envueltas las manzanas y otros productos de campo”.
Y aquí aparece La Biblia en escena. “Otro muy apreciado era el llamado ‘papel biblia’, especialmente delgado y suave. Ahora bien, ya por entonces existía la Sociedad Bíblica, una de cuyas misiones era la de difundir la biblia protestante, para lo cual regalaba ejemplares del sagrado libro (obsequio que en la actualidad lo sigue haciendo).
Como si fueran devotos creyentes, muchos habitantes de Buenos Aires aceptaban esas gentilezas y, aunque siendo mayoría la grey católica, lo mismo pasaban a retirar la biblia protestante, que la Sociedad obsequiaba en calles, plazas o en su sede central”.
”Sin embargo –culmina esta historia- cuentan que quienes obtenían esas biblias protestantes no era masivamente con el fin de leerlas. Les perforaban una tapa y las colgaban de un gancho de alambre, al lado del calefón, cerca del retrete, e iban arrancando las suaves hojas para usarlas como papel higiénico”.
Precisamenta «Sable sin remache» se le llamaba a un gancho donde se colgaba el papel higiénico al lado del inodoro.
En este hecho se habría inspirado Enrique Santos Discépolo para decir con elegante suspicacia, propia de un grande, esta frase a la que dejó picando:
”Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
Y herida por un sable sin remache
ves llorar la biblia junto a un calefón”.
Letra completa del tango «Cambalache»
Letra y música: Enrique Santos Discépolo, 1935
Que el mundo fue y será
una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis
y en el dos mil, también.
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
barones y dublés.
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseados.
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador…
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón,
los ignorantes nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, Rey de Bastos,
caradura o polizón.
¡Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón!
; Cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón…
Mezclao con Stravisky
va Don Bosco y La Mignon,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín…
Igual que en la vidriera
irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia
junto a un calefón.
Siglo veinte, cambalache
problemático y febril…
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil.
¡Dale, nomás…!
¡Dale, que va…!
¡Que allá en el Horno
nos vamoa encontrar…!
No pienses más; sentate a un lao,
que ha nadie importa si naciste honrao…
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley…
Fuente:
– Hugo Gregorutti. «El Diario» de Paraná. 6.4.2012
– www.lagazeta.com.ar
-http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=117426