«Objetivo Mordzinski: un viaje al corazón de la literatura hispanoamericana» se titula la retrospectiva que presentará fotos de Octavio Paz, Vargas Llosa, Camilo JCela, Sabato, Benedetti, Gelman y Osvaldo Soriano, entre muchos otros, en el Centro Cultural Kirchner.
Hay fotos lúdicas que traslucen la complicidad del retratado con el fotógrafo, algunas que capturan hábitos de los escritores fuera de los rituales del oficio y otras que aluden a las marcas de la vejez o la muerte: en torno a estos núcleos informales se agrupan las 347 imágenes que Daniel Mordzinski reunirá, desde este jueves, en el Centro Cultural Kirchner (CCK), en una muestra que desanda los 38 años de profesión transcurridos desde sus juveniles retratos a Borges y Cortázar.
«Objetivo Mordzinski: un viaje al corazón de la literatura hispanoamericana» se titula esta retrospectiva organizada en tres segmentos que presentará fotos de Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, Ernesto Sabato, Mario Benedetti, Juan Gelman y Osvaldo Soriano, entre muchos otros, junto a documentos, recortes de prensa, cámaras y objetos personales.
Mordzinski es conocido como «el fotógrafo de los escritores» pero no por capturar la solemnidad que el imaginario asocia al oficio sino por su habilidad para desplazarlos del hábitat más transitado -bibliotecas, escritorios con papeles dispersos, aplomo intelectual- y recuperarlos desde otra dimensión, como la toma que registra el gesto lúdico de Quino mientras sostiene una aguja a centímetros de un globo, la del poeta Gelman jugando con un bandoneón o la del mexicano Juan Villoro en ademán suplicante frente una pelota.
La cama, espacio de extrema intimidad y de máxima significación -el lugar del reposo cotidiano pero también el escenario mítico de la capitulación frente a la muerte- irrumpe en muchas de las fotografías que este artesano de la imagen ha logrado colonizar con su cámara sin que su acto sea leído como una transgresión o como el arrebato clandestino de una fracción de cotidianidad.
En la exposición que abrirá sus puertas este jueves en el CCK, la cama funciona como la escenografía elocuente de dos momentos casi antagónicos en la vida de un escritor: por un lado la toma que muestra al peruano Vargas Llosa evocando una práctica de la infancia -los días en que escribía entre las sábanas, iluminado apenas por la luz escasa de una vela-, y por el otro la que inmortaliza al colombiano Gabriel García Márquez, sentado de perfil y con la mirada esquiva, ya no un hombre en la intimidad de su cuarto sino en la antesala de la muerte.
«Este proyecto es una idea que arranca en mi adolescencia, en el tiempo de los grandes sueños, de los ideales que duran toda la vida», narra a Télam este fotógrafo de 56 años que vive en Madrid y acaba de llegar del Hay Festival de Arequipa para inaugurar la muestra -que, organizada por la Acción Cultural Española, se exhibirá en el CCK hasta el 12 de febrero- y presentar su libro “Cronopios”, una antología de retratos a escritores argentinos.
– Télam: Sos un fotógrafo vinculado de muchas maneras a la literatura: estudiaste Letras, te movés desde hace décadas entre escritores, los fotografiás… ¿Cómo opera en tus trabajos esa relación tan intensa con el objeto retratado?
– Daniel Mordzinski: Leerlos ayuda a establecer un contacto rápido y fluido, pero no te asegura hacer mejores fotos. Es como el verso de Benedetti: «uno no siempre hace lo que quiere / pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere». En mi caso huir de los tópicos es casi una obligación. Por eso nunca retrato a los escritores mostrando sus libros o en sus bibliotecas.
– T: ¿Hay procedimientos compartidos entre el proceso de investigación para escribir una novela y la gestación de un ensayo fotográfico?
– DM: Cuando decido retratar a un escritor trazo un plan, planeo, leo, imagino continuamente posibles escenarios o situaciones y, sin remedio, improviso, porque esa es la gran apuesta. En mi fotografía hay una enorme parte de improvisación.
– T: Las fotografías a García Márquez y Vargas Llosa registradas en uno de los espacios más íntimos de una persona -la cama- son de una belleza inquietante ¿Cuál es el límite entre franquear la intimidad del entrevistado y vulnerarla?
– DM: Es cierto que la frontera es muy delgada, pero los autores saben que no los voy a traicionar, que nunca hago trampa y que estamos del mismo bando, en mi caso buscando una linda historia en forma de foto. El respeto con el que los trato y retrato es sagrado. Sin duda el mérito es de todos esos escritores que me quieren y saben que hago mi trabajo movido, ante todo, por la admiración y el afecto, no por dinero o ambición.
Tal vez no haya actividad más íntima y solitaria que la de escribir. Una fotografía de un cantante o un bailarín en el escenario hablará seguramente del personaje y de su arte, pero la de un escritor escribiendo no nos aportará nada de la persona ni de su profesión.
– T: Hay dos hitos en tu vida de retratista: los encuentros con Borges y con Cortázar ¿De qué manera se fue retroalimentando el contacto con ellos a través del tiempo?
– DM: Borges es el primer escritor que retraté, lo hice durante el rodaje de un film de Ricardo Wurlicher donde tuve mi primer trabajo de asistente cuando soñaba con ser director de cine. Tenía 18 años y creo que sentí una sensación de irrealidad. Llevaba toda la adolescencia queriendo ser escritor, fotógrafo y director de cine a la vez, y de repente me encuentro fotografiando al mayor escritor argentino. Tardé años en comprender que había hecho una de las fotos esenciales de mi proyecto. Luego me fui a París buscando recuperar la libertad que la dictadura militar nos había robado y por supuesto buscando a la Maga de Cortázar. Del gran cronopio recuerdo su humanidad y su don de buena gente. La primera vez que lo vi le dejé un mensaje en su contestador para invitarlo a mi primera exposición y vino. Más allá de su monumental talla como escritor, Cortázar era la nobleza y la generosidad personificadas.
– T: El apartado de la muestra titulado «Cómo mirar lo que ya no existe» representa una mirada sobre tus negativos de décadas de trabajo (entre 1979 y 2006) que estaban guardados en una oficina del diario Le Monde y hace tres años fueron destruidos por descuido o negligencia. ¿Cómo fue trabajar a partir de imágenes que ya no tienen un correlato material?
– DM: «Cómo mirar lo que ya no existe» es una instalación integrada de un gran baúl de los recuerdos que evoca claramente la destrucción de mis archivos en una oficina del diario parisino. Cuando destruyen tu trabajo, el arte tal vez sea la mejor manera de recuperar lo que se cargaron. En sintonía con el tema de la memoria también incluyo por primera vez fotografías recuperadas gracias a una iniciativa del actual ministro de Medios Hernán Lombardi, que pocas semanas después de la destrucción me manifestó su solidaridad y su apoyo. «¿Qué podemos hacer, Daniel?», me dijo. «No hay nada que hacer», respondí, pero él insistió y un día después me proponía esta iniciativa: recuperar todo lo posible a partir de las fotos que yo había regalado.
Siempre regalé fotos en papel. Entonces los escritores me prestaban esas copias y la Audiovideoteca las digitalizaba. Luego los escritores recuperaban sus copias. Nunca imaginé que regalando una foto la estaba poniendo a salvo también.
– T: Finalmente, ¿a quién te gustaría retratar y aún no lo lograste?
– DM: Como en el Mito de Sísifo, cuantos más escritores retrato más me quedan por retratar. En 38 años son muchísimos los autores que no he retratado… desde Neruda hasta Girondo, la lista es infinita. A veces, cuando imagino mi trabajo como un atlas, siento cierta frustración por tanta ausencia. Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que eso me da libertad y confiere autenticidad a mi trabajo. Abarcarlo todo es imposible y me conformo haciendo lo mejor que puedo en la parcela que me tocó vivir.