Nuestro poeta Baldomero Fernández Moreno siempre amó la naturaleza visible, sobretodo en el campo desde que lo conoció de muy niño cuando sus padres lo llevaron a la que fue su amada «Aldea española» de Bárcena. De regreso a la patria mientras fue brillante estudiante de medicina donde cursó hasta adquirir su título de médico (un estudiante que, fiel a su verdadera vocación de poeta, colocaba en su biblioteca las obras de Rubén Darío junto a los tomos del Testut, cuyos pasajes importantes señalaba usando como marcador… «una rosa, o una carta de amor».
Años más tarde, ejerció su profesión:…. « Voy con mi corazón de médico poeta /… dejando una palabra de amor y una receta …» sobre todo en los campos argentinos especialmente en pueblos de la provincia de Buenos Aires, como en los alrededores de Chascomús «… y su maravillosa laguna y en Chascomús mismo, donde tuvo su consultorio y donde formó su hogar con la que fue su amada esposa hasta la muerte y madre de sus hijos, «La negrita» de sus versos de amor, Dalmira López Osornio.
Del campo argentino no omite ningún detalle que le muestre su paleta de pintor impresionista: los paisajes, los seres que lo habitan, las cosas a las que presta personalidad, como el sulky relegado desde que apareció en la estancia el moderno automóvil del patrón y que se queja de su abandono.
No olvida a los habitantes sin importancia para otros ojos: los pájaros, como el hornero «que en cualquier poste hace su nido redondo como el mundo y hasta el cuervo: » /cuervo negro, negro, negro / tan negro como la tinta / sin una pluma distinta / solo te falta cantar / para ser como la tinta; la mínima e inofensiva arañita hilandera: « un hombre que camina por el campo / y ve extendido entre dos troncos verdes / un hilillo de araña blanquecino balanceándose un poco al aire leve / y levanta el bastón para romperlo / y ya lo va a romper…. y se detiene«.
Y cómo va a olvidar las vacas que le recuerdan siempre la «vaquita hacer como la pastora de Millet que en medio del rebaño junta sus manos y levanta su mirada al cielo y exclama: » Cuarenta vacas negras y parejitas. Cuarenta vacas negras y una morita.
» Crepúsculo argentino sin campanas…. / qu é ganas, sin embargo de rezar / de juntar nuestras voces humanas / al místico mugido y al balar / a estas horas marea l a p ampa como un mar
Ante casi una tapera, exclama: » Quien me diera un ranchito allí como este, / sin color, sin perfumes y sin relieve / con un cuaderno / un tintero, una pluma / y un gran recuerdo«.
Recorre las estancias y las granjas modestas en cuya huerta fraternizan los rosales con las coles: » sombra en el corredor y el campo ardiendo / en la huerta rosales y repollos / una gallina pasa precediendo / los puntos suspensivos de sus pollos.
En la estancia rica se cuela en la cocina de los peones (que en su época tenían una situación muy distinta a la actual) lo de bromear, arreglar algún lazo, gustar su asado, tocar la guitarra, descansar sus fatigas en catres humildes desde donde arrojan con elegante descuido sus alpargatas; los de peinarse ante un espejo roto sujeto a una cola de caballo colgada en la paré porque quieren estar presentables ante la criadita nueva que manda la patrona al cebar mate en la cocina; los ve nobles, fuertes y leales.