La escritora rosarina recibió el Premio del FNA por su trayectoria. Así, su obra recibe un merecido reconocimiento
A los noventa años, Angélica Gorodischer no necesita lentes para ver ni de cerca ni de lejos. Toma el libro, recorre las páginas, se detiene y lee en voz alta: “Simplemente es como casi todo en la vida: deseo, búsqueda, decisión, saber que una está siempre al borde de algo crucial, preferir el borde del precipicio al centro cómodo, confortable, tedioso”. Se trata de un fragmento de Coro, su colección de cuentos más reciente, publicada el año pasado por Emecé. “Me había olvidado de esa frase y sí, es linda, como decís. Es que una escribe y olvida. Imaginate con todos los cuentos y todas las novelas que tengo”, se excusa.
Su pelo es de un rojo flamígero, cortísimo desde hace décadas. Esta vez lo acompaña con un par de aros que parecen lunas llenas, gigantes, doradas. Usa bastón de vez en cuando, sí. Dice que le otorga elegancia. Luego, se ríe fuerte para restarle importancia al asunto, como una niña deliciosa e impertinente. Y cambia rápido de tema para hablar, por ejemplo, de esa caja azul que hay sobre la mesa.
A través de su escritura, Gorodischer ha creado un imperio tan sólido como intangible de brujas y emperatrices lúbricas, de reinas sin tiempo, de hijas indómitas y madres que agregan un toque de ponzoña mágica al guiso familiar. Pero no, adentro de la caja no hay hechizos, aclara. Y saca de allí el Gran Premio a la trayectoria artística que le acaba de entregar el Fondo Nacional de las Artes. Se trata de una de las distinciones más importantes y prestigiosas que otorga ese organismo. A esta se suman otras recientes, como la que le otorgó en 2017 la Biblioteca Nacional, también por su trabajo desde aquel primer volumen de cuentos de 1965 llamado Cuentos con soldados. O la que recibió hace poco en el Festival Imaginales de Francia por su novela Kalpa Imperial. No es ninguna novedad que esa historia de un reino que nace y se degrada en un tiempo inespecífico es uno de sus trabajos sobresalientes, a tal punto que Ursula K. Le Guin la tradujo al inglés en 2003. “Kalpa Imperial es un texto de enorme riqueza y complejidad, contundente, ferozmente imaginario e imprevisible; tiene un talante visionario excepcional. Sus grandiosas imágenes sobre un imperio milenario se nutren en parte del legado europeo en el Nuevo Mundo, como sombras chinescas de fuerzas pavorosas y poder irracional, decadencia y esplendor, corrupción, violencia y el inextinguible anhelo de libertad”, dijo la enorme autora estadounidense.
Así, esta ficción publicada en 1983 se transformó en referente de la difusa ciencia ficción argentina. Sin dejar de ser acertada, la clasificación tampoco sirve para abarcar el texto de manera completa . Y es que Kalpa no se deja domesticar por rótulos. Así que también es posible pensar su cercanía con el género fantástico. Porque la autora logra que lo real resulte inquietante, sumergido en un mundo arrasado, cuya memoria es rescatada por antiguos narradores orales, más fiables que los eruditos. Allí sigue, entonces, vivaz en su impostura cada vez que un lector se asoma a ella. Es lo que ocurre con los clásicos. A la vez, con más de 25 libros publicados, Gorodischer es una de las mejores narradoras argentinas, a veces más citada que leída.
Se dispone para esta entrevista en el lobby de un hotel en Recoleta. Viajó desde Rosario, donde vive desde siempre, para recibir el premio, acompañada por su marido, dos de sus hijos, sus nueras. Una discreta corte de los milagros que la acompaña sin estridencias. Porque a Angélica la incomodan las estridencias, el exceso de pomposidad, el centro mullido de la vida que le impide mirar más allá. Y eso es lo que ha hecho desde que tiene memoria: reinventar su mirada, transformarla en escritura, retener algo de lo fantástico que se trasluce tras el mundo real.
Más allá de la ciencia ficción
–Hace poco la premiaron una vez más por Kalpa Imperial, que originalmente publicó Minotauro hace 35 años. Y una vez más usted aclaró que esa saga no era solo ciencia ficción, como insiste cierta crítica.
No, Kalpa no es ciencia ficción; al menos no en un sentido estricto. Yo admiro a Philip Dick. El hombre en el castillo es un libro que me influyó mucho. También la obra de Andersen, Tolstoi y Calvino, que son los que me guiaron para escribir una ucronía, un relato de género fantástico si querés, pero no ciencia ficción. Kalpa es atemporal. Es difícil escribir en la Argentina sobre imperios galácticos. Nuestro tema es, más bien, el tiempo. La pregunta que me hice es ¿qué va a pasar con nosotros? Es una pregunta que mira al futuro pero también, al pasado del que venimos. Por eso evito instalar mi narrativa en un tiempo específico.
–Una emperatriz de Kalpa dice que la verdad carece del brillo de lo inventado y que por eso los tontos la califican como miserable e incluso, mezquina.
–Pero la emperatriz es un invento. Entonces, quizás la invención a veces diga más de lo real que los libros de historia que, ojo, a mí me encantan. De todos modos, habría que ver qué es la verdad. ¿Es lo que se ve, lo que se toca? ¿Y si es otra cosa intangible? ¿Y si es una cualidad de la gente y de las cosas que no se termina de entender nunca? Eso es lo atractivo. Si no fuera atractivo, nadie escribiría. Se escribe para eso, para forjar otra realidad. O la verdadera realidad que no alcanzamos a ver: se escribe, se esculpe, se hace música para hacer visible eso aunque sepas que siempre es una aproximación. Salvo los místicos, que por ahí llegan a lo verdadero, qué sé yo.
-¿Cómo fue que Ursula K. Le Guin terminó traduciendo Kalpa Imperial al inglés en 2003?
-Nos escribimos cartas, me preguntó si podía hacerlo, le dije que sí, que encantada. Nunca nos conocimos personalmente. Murió a comienzos de este año, pobrecita.
-¿Cambian una persona y su escritura a través de los años?
-Sí, yo cambio de libro a libro y eso que según parece, vengo publicando uno por año. Ahora tengo una novela inédita con un título horroroso: Preciosa cabellera. En los textos siempre está escondido el título. Entonces cuando te aparece, no tenés otra. Mi mamá usaba una palabra para denominar estas cosas: “cache”. O sea, algo de mal gusto pero además, pretencioso. Así que mi próximo libro tendrá un título “cache”.
-¿En qué momento del día escribe?
-De mañana, en computadora aunque adoro los lápices y los cuadernos. Cuando mis hijos eran chicos, hacía malabares y escribía cuando podía. Pero ahora ya tengo nietos, que es otra cosa. Así que tengo toda la tranquilidad del mundo para escribir, leer y tomar sol en el patio de casa.
-¿Muestra sus textos antes de terminarlos?
-No, cruz diablo. Se lo muestro a Goro al final para que me diga “qué lindo escribís”.
El mundo real, ese invento
“Goro” es Sujer Gorodischer, su marido. Están juntos hace casi siete décadas. Su nombre de soltera, caído en desudo, es Arcal. En Historia de mi madre, publicado en 2003, Angélica cuenta su infancia y su juventud mirándose en el reflejo de María Angélica Junquet de Arcal, esa mujer enérgica que en Rosario organizaba tertulias literarias, escribía poesía, ganaba premios y se pronunciaba a favor del feminismo apenas entrado el siglo XX. Así es como por la casa materna (y paterna) desfilaron desde León Felipe hasta Atahualpa Yupanqui. Además, estaban los libros. Angélica empezó a leer a los cinco años y se metía con todo lo que encontraba, fuera Dostoievski o Balzac.
A los siete, decidió que ella también se dedicaría a la escritura. De esa época conserva varios tomos de Historia del Arte en francés, un libro ilustrado sobre colosos y El capullo rojo, cuentos de género fantástico que la hechizaron de por vida. “Siempre se vuelve a la zona de la infancia, se la visita para ver si todo anda bien y para averiguar si quedó algo que una quiera recuperar”, dice. También cuenta que empezó la carrera de Letras y la abandonó porque ella no quería ser licenciada ni profesora sino “na-rra-do-ra”, subraya. Y que Cuentos con soldados surgió tras un texto premiado en Santa Fe en 1963: “Estaba el premio pero no estaba el libro. Entonces recordé las historias que contaba mi padre cuando había hecho la conscripción. Tenía un modo de contar gracioso y cruel a la vez. Así que al asunto de los colimbas yo lo conocía bastante. Y en menos de un mes el libro quedó listo”. De allí para acá se acumulan las novelas, los premios, las conferencias, los viajes por el mundo y un cáncer que la obligó a parar allá a comienzos del 2000, hasta que su oncólogo le dijo “bueno, ya está”. Y se curó.
No coordina talleres porque, asegura, no tiene ninguna paciencia. Pero sí organizó dos encuentros de escritoras que fueron pioneros en el país, en 1998 y 2002.
–Su último libro, Coro, se abre con un epígrafe de Kurt Vonnegut sobre la cercanía de los bordes, que luego usted incorpora a un cuento.
-Es que me gusta tanto Vonnegut. Suele tener razón en todo. Yo lo leo y digo “pero claro, yo quería decirlo así”. El borde del que habla pasa, en mi caso, por esa pasión que da escribir como forma de dar cuenta de un mundo inventado, el de esos personajes, donde puede pasar cualquier cosa.
-¿Cómo fueron surgiendo estos relatos?
-Salieron solos. Yo largo lo que viene. Y después vemos. O sea, después hay que sentarse y reescribir una, dos, tres, cuatro, cinco veces. No, cinco no. Con cuatro, basta.
-¿La computadora la ayudó a agilizar eso? Porque usted adora escribir manuscritos.
-La computadora es sensacional. No me explico cómo hacía antes. Bah, sí: máquina de escribir y carbónico. A mí me encanta escribir en cuadernos. Y escribir siempre. O lo hago todos los días o no me dedico a esto. No conozco otra manera.
–¿Cuál es la importancia de leer, además de escribir?
–Son parte de lo mismo. Yo me crié entre libros. No sé si tenía muchos juguetes pero había libros a patadas. Entonces, leía. Cuando me dicen “mi hijo no lee”, yo pregunto “y usted, como adulto ¿lee?”. Hace un tiempo vino mi nieta de la casa de una amiguita con el cuento de que en esa casa no sabían leer ni escribir. “Pero si la mamá de la nena es odontóloga y el padre, escribano”. Y mi nieta me dijo: “Sí, abuela, pero en su casa no hay libros”.
-En Coro hay un cuento de media carilla. Esa brevedad es inusual en su escritura.
-Lo que pasa es que no es cuento: es una confesión. Y es como digo ahí, se me olvidan las caras y después las tengo que tallar en mi cabeza otra vez. Es una cosa horrible y sufro porque si bien tengo mucha memoria, con la edad la estoy perdiendo un poco.
-“Cara” se complementa con “Cruz”, el cuento siguiente, que es un baño de sangre donde un grupo de adolescentes deciden crucificar a otra en un colegio religioso.
-Es terrible ese cuento. Pero pedía sangre. En un cuento no funciona lo que está bien o mal sino lo que el relato pida. Al principio por ahí es un texto horrible, sin pies ni cabeza. Pero tenés que aprender a manejarlo. Para eso, dejás que se enfríe y volvés a mirarlo. A veces no hay manera y tenés que tirar todo y empezar otra vez. Pero con oficio, se puede manejar. Porque una escribe de algo que la convoca. Entonces tenés que averiguar qué te convoca.
-Hablando de cosas que la convocan, ahora el feminismo está muy extendido como práctica política pero cuando usted decía que era feminista o escribía cuentos como los de Mala noche y parir hembra, a comienzos de los ochenta, la situación era distinta.
-Todavía sos feminista y te miran con asco. El prejuicio me da mucha bronca. Yo soy mujer, cómo no voy a ser feminista. Hay mujeres que no lo son, claro. Pues deberían serlo. Algunas sufren el machismo pero tragan el sufrimiento. Y ahí se establece una complicidad con el victimario. Es brava esa palabra. Y no es que la sociedad esté enteramente estructurada así pero de alguna manera, eso sucede. Hay que decir estas cosas. Y no ser cómplices de los victimarios. Porque no son monstruos con colmillos cubiertos de sangre. Son gente que anda por ahí como vos, como yo. Lo de Mala noche y parir hembra era una frase tomada de un general madrileño en el siglo XIX, decepcionado porque su primogénito no había resultado varón. Las feministas siempre miramos el pasado con mucha fineza: queremos saber qué pasó, cómo fueron las cosas y qué podemos hacer para que esos horrores no se repitan.
–¿Hay diferencia entre aquello que imagina y lo que queda en el papel?
-Sí. Los textos son una cosa rara, al igual que las ideas. Ideas hay un montón, por todos lados, a cada rato. Pero son apenas una parte chiquitita del laburo narrativo. A menos que tengas ideas geniales todo el tiempo, cosa que a mí no me pasa. De todos modos, empiezo por ahí. No por los personajes: por ahí. Una situación o una frase que oí en la calle o que yo digo o que dice alguien. No es necesario que luego aparezca en el cuento pero vos sabés que está. Tampoco es que las personas digamos genialidades a cada rato. Pero a veces decimos cosas que adentro tienen una semillita capaz de germinar. En todas partes hay un cuento. Lo que pasa es que sin mucho trabajo, la cosa queda ahí. Pero hay que estar atento. Un señor que es músico debe decir lo mismo, que hay sinfonías en la calle. Tiene razón. Y yo también tengo razón.
Fuente: https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/angelica-gorodischer-emperatriz-generos_0_JjPE-J0U4.html?fbclid=IwAR3KunkGRZTuxFj1Kf7T5Sl5LbGfVbkVCRqne9hcDLtz4nWgJrLFRBDJUBw