Por Luis Gudiño, Kramer
Si va para el norte, don Fermín —dice don Eliogardo Mendoza—, tenga cuidau con el mate. No, no es por el daño que le digo. Sino para que no le vaya a pasar lo que a mí.
Llegué, allá al norte de la Gallareta, tarde, a un rancho. Yo era autoridá y andaba de recorrida. Nos abajamos y al rato, como no nos ofrecían mate, le digo a la dueña de casa:
-Señora, si no es importunidá, ¿no gustaría de convidarnos con unos amargos…? Venimos cansaus y no sé…
-Pero, cómo no, señor —me contestó un poco confundida la mujer—. No le ofrecí antes porque no sabía si un señor como usté era gustoso…
Y llamando a gritos a un chico le dice:
-Pedrito, andá hasta lo de Crispina y decile que si desocupó la bombilla que me la mande porque tenemo visita…
Al rato, después de tomar unos amargos y ya al dirnos, se me ocurrió preguntarle a la mujer:
-¿Y qué le ha pasau a la vecina que se quedó sin bombilla?
-Vea, señor —me contestó—, tiene bombilla, pero es de lata, ¿no?, y entonces cuando le tiene que poner las lavativas al chico nos manda a pedir emprestada la nuestra que es plata con el pico de oro…
-¿Y qué le ha pasau a la vecina que se quedó sin bombilla?
-Vea, señor —me contestó—, tiene bombilla, pero es de lata, ¿no?, y entonces cuando le tiene que poner las lavativas al chico nos manda a pedir emprestada la nuestra que es plata con el pico de oro…