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Leda Valladares, divulgadora de un canto ancestral


Cantante, compositora, musicóloga, su aporte fue esencial a la hora recopilar las músicas de raíz folklórica del norte argentino. Homenajes y reconocimientos.

Cristian Vitale Por Cristian Vitale

Hay que ver la tapa de ese vinilo. Verla y mirarla varias veces. Es de 1957. Dos rostros jóvenes, de mujer, asoman serios, austeros, en la portada en blanco y negro. Son los de Leda y María. Los de Leda Valladares y María Elena Walsh. La segunda, luego tomaría otros rumbos con norte en la música infantil. Pero la primera se mantuvo firme en lo que anunciaban título y subtítulo del álbum: Entre valles y quebradasFolklore del norte Argentino. La contratapa, esa abundante fuente de información que tanto se extraña por estos días, narraba que ambas venían de difundir la música folklórica argentina por varios lugares de Europa. También, que las trece piezas que poblaban aquel trabajo seminal eran producto –ya por entonces—de un trabajo de recopilación hecha por ambas en la Quebrada de Humahuaca y en los Valles Calchaquíes. “Cabe aclarar”, escribía el prologuista, cuyo nombre no figura, “que la intención de las artistas consiste en rescatar la fuerza primitiva del folklore, y mostrarla tal cual suenan en la montañas del norte argentino”.

Cualquier semejanza entre tal sentencia y el devenir de Leda no es pura coincidencia, claro. Había nacido el 21 de diciembre de 1919 en Tucumán –es decir, hace cien años— y ya entonces, con 38, daba cátedra sobre cómo traducir a idioma universal los misterios de aquellos sonidos hechizantes, “de jadeos y trepidaciones”, como gustaba decir. Sobresalía una baguala salteña del Valle de Lerma. También un bailecito que había recuperado Carlos Vega, otro de su estirpe, en Salta (“Casi casi”); una vidala indígena llamada “Pobre de mí”, y recogida por Leda y María en un paraje cercano al valle de Las Estancias, Catamarca; y “Tuita la noche”, kaluyo cochabambino, tal vez concebido en tiempos precolombinos al igual que un pasacalle del altiplano llamado “Las obreras”. Un resumen, una premonición que, escuchado con ruido a púa, de veras eriza la piel.

Había sido aquel, además, el primer disco que ambas publicaban como dúo en la Argentina. Venían de hacerlo en París y en Londres. El primero en 1954, bajo el nombre de Chants d’Argentine, y el segundo –Sous le ciel de l’Argentine–, publicado un año después. Lo gringo, en rigor, le tiraba a Leda porque su casa de chica se había ahumado musicalmente a base de blues, jazz y piezas clásicas. También porque su primera chapa fue como profesora de filosofía, la más europea de las disciplinas académicas. Y porque había cierto aroma tilingo en su familia patricia (su madre era bisnieta de Félix Frías, amigo de Mitre y Sarmiento, y periodista de El Mercurio de Chile). Incluso, le gustaba que la llamaran Ann Key cuando cantaba standards. Pero era demasiado escaso ese traje blanco como para abrigarla toda la vida. Nunca se lo quitó, claro, pero se fue arropando en otras cobijas más mestizas. Más marrones.

Fue incursionando en terrenos culturales geográficamente más cercanos, pero más lejanos para diarios y radios. Un primer reflejo de esa gesta fue el grupo que armó apenas llegó a los veinte años, y resumió bajo una sigla de cinco atributos: Folklóricos, Intuitivos, Jazzísticos, Originales y Surrealistas (FIJOS). El segundo, más relevante, sobrevino cuando a los 21 años y estrellada frente al cielo de Cafayate, se encontró cara a cara con la baguala. Era carnaval, época de serenata, y un puñado de bagualeras le eclipsó el alma. Fue aquella la bisagra que la puso en senda y sintonía con el cosmos de aquí. Del sur.

El punto de inflexión que la transformó en la recopiladora de músicas de raíz más extraordinaria que ha dado este país. En la recuperadora de un patrimonio que muchos colegas –folklóricos, supuestamente— pasaban por alto, con tal de vender un par de discos más, o que los incluyan en las amansadoras grillas de los festivales del llamado “boom”. Ella, poseída por una rebeldía innata, elegía otro camino. Un camino vital y visceral que fijaría imaginarios a través de una obra trascendental: el Mapa Musical Argentino, trabajado durante un viaje iniciático entre Ecuador y Santiago del Estero. Trayecto en que Leda recogió expresiones anónimas, desconocidas, a través de un rudimentario Geloso.

Ese trabajo extraordinario enamoró paradojalmente a los rockeros. Quién sabe debido a qué misterio humano, Leda fue “re-rescatada” por tipos y tipas que no eran necesariamente “del palo” (“Aguda, conmigo tuvo alguna discusión conceptual. Dijo que la baguala era el blues del altiplano, y relinché”, admite Tarragó Ros a Página12, revelando tal vez parte del misterio). Los músicos que admiraron sus temblores, sus rescates emotivos de cantos con caja, eran más bien del rock. O cruzados, como León Gieco, Gustavo Santaolalla, Pedro Aznar y Fito Páez, por nombrar algunos. Unos, los primeros dos, por haberla participado de la obra que cambió cabezas y corazones de más de una generación: De Ushuaia a La Quiaca ¿Cómo olvidar su aparición emponchada en el anfiteatro de El Cadillal de Tucumán, haciendo “Ay Naranjal” junto a mil quinientos alumnos y cuarenta maestras? Los otros dos, junto a Suna Rocha y el gran Raúl Carnota, por juntarse con ella para embellecer Grito en el cielo, esa gran obra de dos volúmenes –tan importante como América en cueros— que terminó por atraer exponentes de nuevas generaciones (ver recuadro).

Tras todo eso, el maldito Alzheimer le fue quitando la memoria paulatina, pero tenazmente, aunque no pudo obturar su lucha. Su legado. Su hondura. Su intrepidez. “¿Cuántas coplas, vidalas, cuánta música originaria no conoceríamos si no fuese por ella; cuantos rockeros no hubiésemos conocido o cantado alguna copla?… Leda nos la hizo fácil, nos dejó servido un pedazo de nuestra América originaria para que la cantemos”, se pregunta y se contesta, certero en ambas dimensiones, un alumno suyo: Agustín Ronconi, del grupo Arbolito. “Sus trabajos consiguieron tal vez los últimos vestigios que de otro modo, muy pocos años más tarde, podrían haber sido el olvido. Hoy están inmortalizados gracias a su trabajo”, sostiene otro de los músicos de esta generación: Franco Luciani.

Y así, mil. Por eso, por siempre Leda.

Otras voces

*Miriam García (cantora, actriz y discípula de Leda): “Leda es una templaria del canto con caja, una guardiana de uno de nuestros saberes más antiguos. Su obra vanguardista es un puente entre el pasado más remoto y una mirada futurista, una visión que supera los límites de lo normal, y se involucra en el más allá, en lo que vendrá. Rescató, custodió y difundió como nadie un yacimiento musical ancestral de nuestro país y de América. La importancia de su trabajo de recopilación para la música de raíz fue, es y será fundamental porque, además, tejió lazos entre cantores de campo, músicos de cámara, músicos de rock y del folklore. Cuando la escuché por primera vez en la Federación de Box a mediados de 1983, supe instantáneamente que era eso lo que quería hacer y a lo que me quería dedicar, y la empecé a seguir, como el discípulo sigue a su maestro”.

*Nadia Larcher (cantora catamarqueña, integrante del dúo Don Olimpio): “La obra de Leda Valladares es inconmensurable. Todo su trabajo resulta revelador: desde las inquietudes que la movilizaron a la recopilación, a todo el trabajo de interpretación que transformó la música argentina. Nos dio el fuego de un canto que sólo es posible reconstruir a través de su percepción profunda. No solo nos trajo la música de nuestras abuelas y abuelos del NOA, sino también nos enseñó a escucharla con hondura”.

*Mariana Baraj (cantante, percusionista y compositora): “Leda me marcó porque me abrió la puerta al mágico mundo de la copla, ese canto visceral, antiguo, despojado y cósmico. Ha sido pionera en el trabajo de la recopilación, al rescatar el género del canto con caja con pocas herramientas técnicas para la época. Supo capturar el sentir de un pueblo que, a través de su canto, expresa alegrías, tristezas, celebra la cosecha y tiene una profunda conexión con la Pachamama”.

*Sara Mamani (cantante, autora y compositora salteña): “El trabajo de Leda fue incansable y apasionado. Pienso en la supervivencia de las coplas, y de ese canto, y tengo temor que se vaya perdiendo. Es una tarea nuestra que no suceda. Pregunto, lo ancestral, ¿qué lugar ocupa en nuestra sociedad? Leda hizo su aporte. Cien veces Leda”.

*Florencia Dávalos (cantante): “Desde niña viajé por el norte argentino y escuché el canto de las copleras y los copleros desarmarse en ruedas entre el aroma de la albahaca y una nube de polvo. Con sus caras enharinadas gritando al cielo su profundo dolor, y su visceral alegría carnavalera. Bajábamos y subíamos por calles angostas y empinadas con las comparsas, como si no quisiéramos llegar nunca a destino. Los diablos nos azuzaban las patas mientras intentábamos renovar el aire para seguir, hasta que se nos desarmaran los huesos. Cuando tuve por primera vez mi caja y comencé a cantar coplas, todas esas vivencias se condensaron en mi canto. Me encontré con el repertorio que Leda había rescatado, y allí descubrí el gran tesoro que tenemos los argentinos”.

*Barbarita Palacios (cantante y multiinstrumentista): “En una noche de carnaval en el norte, frente a unas copleras, Leda se prometió recuperar la voz de la tierra con siglos en su piel, que estaba desapareciendo. En ésta decisión se organizó con un pequeño grabador para salvar la identidad de todo el pueblo latinoamericano. Viajó de Ecuador a Santiago del Estero en búsqueda del gran tesoro, y lo logró. Gracias a ella existo, y existimos muchas de la cantoras atravesadas por nuestra raíz, por ésta búsqueda y ésta necesidad imperiosa de perdurar, como todo pueblo, a través de sus rítmicas y su voz”.

*Nora Sarmoria (pianista y compositora): “Tucumana, pionera, mujer intrépida que cantaba jazz a finales de los treinta con unos amigos FIJOS (Folklóricos , Intuitivos, Jazzísticos, Originales y Surrealistas), comprometida con su tierra, viajera incansable. Allá por los cincuenta se juntaba con su gran socia María Elena Walsh, a cantar bagualas propias, y anónimas, llenando de belleza por donde pasaran. Ambas damas magas!!!”

*Romina Grosso (cantante, compositora y periodista, integrante del grupo Piraña):  “Leda nos hizo llegar un canto colectivo que de otro modo no hubiéramos conocido. Como recopiladora trabajó con una rigurosidad absoluta. Ese modo “natural” y ancestral de cantar se expandió por todo el país gracias a su trabajo y al de Miriam García, su discípula, que supo transmitir la técnica para poder sacar la voz sin esfuerzo. Lo que más me atrapó del canto con caja es lo que se siente cantando en comparsa, todos al unísono, ahí aparece una fuerza y una energía inexplicable”.

*Anabella Zoch (cantautora y docente): “Leda hubiera estado en las calles con nosotras, hoy. Hubiera liderado movimientos, de eso no cabe duda. Pero le tocó otro tiempo, uno de mayores soledades. Personalmente su trabajo me ayudo a trabajar en clase, a hacer cantar a la gente de forma despojada, a fomentar la alegría… una mujer que dedicó su vida a recopilar la memoria de las coplas de América y muere de una enfermedad basada en la pérdida de memoria de forma degenerativa. Esas cosas raras de la vida”

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/237744-leda-valladares-divulgadora-de-un-canto-ancestral