Monte aguerrido y bañados de agua marrón entre la maleza. Un sinfín de ruidos pequeños y lejanos. Un sol abrasador y lunas de acero. Año 1600. Mailín reboza de virginidad.
Mucho tiempo antes de que apareciera la preciosa Cruz con la imagen del Señor Forastero, un antiquísimo pueblo indio habitaba esos paisajes en los que hoy es el departamento Avellaneda. Nunca nadie hubiera podido imaginar el sinfín de sucesos que a partir de la aparición de la reliquia, se produjeron por más de 200 años hasta nuestros días, con la veneración de esa imagen de gran devoción cristiana: el Señor de los Milagros de Mailín.
Encarar una mirada sobre el nacimiento histórico de esa veneración obliga a un trabajo de recopilación de los pocos datos comprobados existentes y de los cientos de miles de apuntes y testimonios que rodean este fenómeno de fe popular.
Hay dos versiones sobre el origen del nombre de la villa. Una de ellas indica que Mailín significa “indiano” y que habría sido asignado, posiblemente por los vilelas que habitaron las riberas de un río que precisamente se llamaba Mailín o Maulín. La otra, habla del vocablo traducido como “manantial” o “bruja del bañado”.
Un dato sorprendente es que, según el mapa de un sacerdote al que Orestes Di Lullo identifica como el padre Jolis del año 1789, aquel río Mailín unía el Salado con el Dulce.
Los antecedentes de mayor relevancia, responden al trabajo de Di Lullo, a través de su valioso libro “Agonía de los Pueblos”, en el que evoca la historia del pueblo, su geografía y toda su tradición religiosa, así como también tuvieron vital importancia los libros del archivo del Obispado de la provincia.
¿Cómo llegó la cruz de Mailín a esa zona? El siglo XVIII fue el de las grandes misiones jesuíticas. En Santiago del Estero sobresalieron a través de lo que se llamó la “Reducción de Vilelas”, así como también en las reducciones de Petacas y Abipones, en las que los curas enseñaban catecismo a los indígenas “con palabras simples, para que los naturales entendieran los misterios, se establecieron escuelas para corregir las costumbres…”, relata Di Lullo.
Y ahonda: “Fueron las reducciones una creación original, que en manos de los jesuitas dieron frutos permanentes… ” Fue mediante esta institución que se trató de “formar pueblos, donde se aglutinasen los elementos dispersos y se organizara la vida y se disciplinasen las costumbres, en contacto con el mentor (el jesuita) que sin codicia ni interés subalterno, fuese capaz de dignificarlos progresivamente”.
Explica Di Lullo, además, que esta reducción tenía una triple autoridad: “india, religiosa y real con vasallos libres y sin otra obligación que el pago de un tributo al rey”. ¿Fueron entonces, los jesuitas quienes trajeron la venerada cruz?.
¿Cómo pudo llegar la cruz hasta el hueco del árbol?
La primera campaña evangelizadora de los jesuitas en tierras santiagueñas fue intensa. Los curas salían de las reducciones de Petacas, cerca de Matará, e iban a misionar a donde se asentaban las familias indias de la zona. Llevaban la palabra de Dios a esos sitios en los que dominaban las deidades paganas. Su trabajo habría sido de gran dificultad. Los sacerdotes se valieron de los símbolos del cristianismo. Obviamente, la cruz del Cristo vencedor de la muerte era uno de los estandartes. Podemos decir entonces, que los jesuitas trajeron la cruz probablemente desde “el Cuzco”, según algunos historiadores.
La evangelización con los indios se vio abruptamente interrumpida en 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados por la corona española. Antes de abandonar la zona -se cree – los curas evangelizadores decidieron dejar aquellos símbolos cristianos con la esperanza de que los aborígenes permanecieran en la fe. No existen documentos de peso. Sin embargo, se cree que la venerada Cruz fue dejada ex profeso en el monte con esa intención.
La imagen misionera habría ocupado el hueco de un árbol en Mailín, para reemplazar un dios pagano adorado por los indios. Efectivamente, algunos indios o mestizos -según algunos autores-, conservaron la fe en esta imagen y la seguían alumbrando por las noches. El registro nos lleva hasta el segundo tercio del Siglo XVIII, cuando un lugareño, Juan Serrano, vio una luz resplandeciente en el árbol y encontró la cruz.
El árbol se encuentra a 200 metros del actual templo donde se adora al Señor de los Milagros de Mailín. La Cruz del Señor Forastero fue hallada en el algarrobo que, según la tradición, pertenecía a la reducción de Petacas.
Serrano y sus amigos resolvieron entonces construir una piecita al lado del árbol, y fue allí donde se adoró al Señor durante muchos años. Esto sucedió según los datos existentes, alrededor de 1780.
El padre Alfonzo de la Vega resaltó en sus memorias: “la imagen parece haber pertenecido a los vilelas, que lo veneraban como a su “patrón”. No es de extrañar esta circunstancia, pues los misioneros tantos franciscanos, jesuitas, mercedarios, etc. tenían la costumbre de adoptar dicho patrón, en cada una de las reducciones, como se puede constatar con la Inmaculada Concepción, devoción de los franciscanos, la Virgen de Loreto de los jesuitas, del Rosario de los dominicos, datos que desaparecieron, cuando la destrucción de los archivos, por las incursiones de los indios, especialmente de los vilelas, que “despojados de su patrón” huyeron a los desiertos “no sin antes jurar venganza y juramentar a sus hijos de recuperar en alguna ocasión, el bien perdido de los poder los españoles”.
En su trabajo “Templos y fiestas religioso-populares”, Orestes Di Lullo señala que, según la leyenda y un escrito de un ex cura de Matará (don Laureano Verez, 1882), fue efectivamente el vecino Serrano quien habría visto una pequeña luz al pie de un árbol. Movido por la curiosidad fue hacia él y encontró un Santo Cristo, y cuando quiso trasladarlo a su domicilio, a unas cuadras del lugar, no pudo hacerlo, resolviendo con otros vecinos edificar un pequeño oratorio, a orillas del rio Gaitán (que en Salavina en ese entonces, se llamaba Turugún y que es un antiguo brazo que unía el Salado al Dulce) y en el mismo lugar de su aparición.
Según dicha tradición, Serrano habría afirmado que “en noches sucesivas, aparecía una luz muy viva al pie de un árbol”, ubicado muy cerca donde actualmente se levanta el santuario.
Al cuidado de la familia Serrano y de sus descendientes estuvo el Santo Cristo, hasta que en 1880 fueron nombrados priostes: José Anacleto Pacheco, Fabriciano Calderón y Deogracias de Mujica por el visitador eclesiástico. Con el tiempo, surgieron otros encargados de cuidar la imagen sagrada.
Por otro lado, según la historiadora María Mercedes Tenti, que la relación entre el árbol y la cruz era muy fuerte y después del traslado de la imagen, el lugar permaneció “cristianizado” a lo largo de los siglos y ese fue el motivo de su veneración, particularmente con la colocación de velas y cánticos.
Para Orestes Di Lullo y quienes siguieron sus huellas en la investigación del tema, suponían que la imagen pudo provenir de la Reducción Jesuítica de Vilelas, que estuvo emplazada a pocos kilómetros de Mailín, junto al rio Salado y cerca de Matará y Mopa, hasta 1762.
En 1767, con la expulsión de los jesuitas, se puso término la acción civilizadora y evangelizadora de la Compañía de Jesús. Se cree que en esta zona, se encontró también la cruz de Matará y que pudieron haber existido varias imágenes procedentes de las reducciones y que fueron escondidas para ser preservadas de las requisas subsiguientes de la expulsión.
La imagen, que hasta entonces reposaba en su hueco original del algarrobo, es traslada por primera vez en 1830, durante el gobierno de Juan Felipe Ibarra, y el templete es remozado totalmente. En 1845, el padre Alcorta que también recibió la gracia del Señor, mandó a ensanchar y ornamentar todo nuevamente, en agradecimiento.
En 1870, el general Antonino Taboada ordena destinar $6000 de la limosna para el levantamiento de una iglesia en el lugar, la cual permanece hasta 1904; ese año comenzaron las obras del templo que se conoce hasta la actualidad, y construcción de una casa parroquial, a partir de fondos provenientes de una limosna popular.
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