«Fue una de las figuras más importantes de la cultura argentina de la segunda mitad del siglo XX. Fue una creadora, es decir, hizo muchas cosas que nadie había hecho. En la literatura, el arte y el espectáculo, iluminó zonas, maneras y ámbitos que, hasta que ella irrumpió con su creatividad e inteligencia, permanecían subestimados dentro de un concepto restringido de la cultura. Pateó todos los tableros con la serena autoridad de un clásico. Se inventó un público lector y oyente mayoritario a partir del respeto y la no subestimación», dice el escritor Juan Sasturain, actual director de la Biblioteca Nacional.
Consciente de la dimensión de su figura y del valor de su obra (más de 20 discos, más de 50 libros), la célebre fotógrafa Sara Facio, amiga y compañera de María Elena Walsh a lo largo de más de treinta años, se convirtió en custodio de su legado. Tras la muerte de la artista, comenzó a organizar la fundación que lleva su nombre. Por décadas, había guardado una parte de la obra y del material que juntó a través del tiempo compartido en la que fue la casa de ambas sobre la avenida Scalabrini Ortiz, a la altura de Palermo. La otra parte, la sustancial, aún está en un departamento contiguo al estudio fotográfico de Sara, donde funcionó La Azotea Editorial y hoy la fundación tiene su sede.
«A diario llegaban a casa desde obras de arte de artistas consagrados hasta manualidades de chicos de jardín de infantes; escritos, objetos, fotos, flores, bombones, ¡hasta matambres!», cuenta Facio.
Los niños eran sus grandes admiradores: «El fin de las clases era una avalancha de cartas, dibujos y regalos de todo tipo». También de Manuelitas, en todos los materiales y tamaños posibles. «Era imposible guardar tanto, sobre todo porque María Elena era de tirar todo por la ventana», explica Sara. Por eso asumió la misión de preservarlo.
Finalmente llegó el momento de compartir (y revivir) estos 65 años de creaciones propias e «inspiraciones ajenas» sobre su figura, y la Fundación María Elena Walsh decidió, con la ayuda y el aporte de la Fundación Bunge y Born, digitalizar la obra literaria y musical generada por la artista, que comenzó a publicar a los 14 años y este año habría cumplido 90. Todo será parte de un archivo digital de acceso libre y gratuito cuyo lanzamiento se prevé para mediados del año próximo.
«María Elena Walsh es un ícono cultural, en el país y en el mundo hispanoamericano. Queremos que el repositorio de toda su obra se quede en el país. Pensamos que va a irradiar a nivel internacional. Era una persona de la cultura multifacética, por eso la riqueza es enorme. Esta es la primera vez que la Fundación toma una autora de la talla de María Elena. Hay dos fenómenos detrás de este archivo. Uno que pasó a la posteridad, María Elena, y otro viviente, Sarita. Será un archivo muy profundo», afirma Gerardo Della Paolera, director ejecutivo de la Fundación Bunge y Born.
Para la realización de este archivo digital, que será el primero hecho sobre una escritora argentina, se clasificará, catalogará y cargará todo el material existente. Después se definirá el software a utilizar, de manera que sea acorde para hacer accesible el contenido según estándares internacionales. La intención es que el archivo esté vinculado con otros de distintas universidades del mundo. Luego se digitalizará el material periodístico, gráfico, audiovisual, y toda la colección de fotos de Sara Facio. En una última etapa, realizarán una serie de entrevistas a personas expertas en la vida y la obra de la artista. El proyecto supone una inversión de cuatro millones de pesos.
En esta base digital habrá también cartas que intercambió con personalidades y amigos, postales de viajes y lo que queda de su diario íntimo, depurado por la mismísima María Elena. También, Juguemos en el mundo, película cuyo guión escribió y en la que participó como actriz.
«Muchas veces, ella se sentía acosada, superada por tanto amor que la lastimaba -explica Sara-. No quería ver, me pedía que lo sacara de la casa. Es difícil de explicar y de asumir. Yo trataba de calmar y separar las aguas. Muchos objetos, juguetes, libros los donaba a bibliotecas y escuelas. Lo que consideraba culturalmente valioso comencé a llevarlo al departamento donde hoy funciona la fundación. Ella se reía de los bultos que trasladaba casi a diario. Me decía ‘llevate esto a tu museo’. No quería ver nada que le llegaba como regalo u ofrenda en su casa. También usaba el museo para recibir gente o hacer reportajes. ‘Lo atiendo en tu museo’, decía».
La experiencia de archivar sus propias fotos ayudó a Sara a organizar todo el material en carpetas, por temas y fechas. Los libros leídos los ordenó en bibliotecas separadas por idiomas o por temática. «En sus últimos años, en su escritorio solo quedaba lo que estaba leyendo, sus adorados diccionarios y el Quijote, los libros de arte, discos y películas», cuenta.
En el archivo digital también estarán los primeros poemas publicados en la revista El Hogar, en la nacion, en Anales de Buenos Aires, la revista que dirigía Jorge Luis Borges, y en Sur. También, las primeras ediciones de sus libros, aún de los más viejos, como Otoño imperdonable, su primer texto de poemas, escrito y autofinanciado con apenas 17 años en 1947, lo que no impidió que entonces la compararan con Gabriela Mistral y despertara la admiración de Pablo Neruda y Juan Ramón Jiménez.
De sus comienzos como cantante se podrá ver la experiencia vivida junto a la tucumana Leda Valladares, con quién emprendió una larga gira por los escenarios de Europa, que la fogueó como cantante y la animó a continuar ese camino a su regreso al país. Habrá testimonios de su paso por los clubes nocturnos de París, donde hacían el espectáculo Leda y María, como se llamaba el dúo que cantaba casi exclusivamente folklore y que llegó a grabar tres discos, entre ellos el célebre Canciones del tiempo de Maricastaña.
«Fue con Leda con quien María Elena descubrió el canto y su propia voz», dice Sergio Pujol, historiador, autor de Como la cigarra (Emecé, 2011), una biografía de María Elena Walsh. Si bien ella siempre fue «muy musical», el contacto con Leda, diez años mayor, fue fundamental en la ampliación de su campo artístico. «No dejó de ser poeta pero empezó a ser cantante. En París conoce la chanson del momento, de Jacques Brel a Charles Aznavour, de Georges Brassens a Boris Vian. Es un momento interesante en la música y la poesía francesas. Esa experiencia influiría en las canciones, para niños y adultos, que compondría después».
Infaltables en el archivo son las versiones originales de las canciones para niños. Las que formaron parte del libro Tutú Marambá y dieron nacimiento al varieté para niños que inmortalizó en los discos Canciones para Mirar (1962) y Doña Disparate y Bambuco (1963), donde se escuchó por primera vez «Manuelita», que más tarde llegaría al cine.
Pero también estarán listas para escuchar aquellas canciones que escribió para adultos como el éxito Juguemos en el mundo (1968) con el que arrancó en el Teatro Regina pero que gracias a su éxito la llevó a llenar el Luna Park y otros escenarios del mundo, llegando a ganar un Martín Fierro al espectáculo del año. Sin duda, fue una de sus primeras obras con alto contenido contestatario, con sus críticas al conservadurismo y al rechazo elitista hacia lo popular. En el tango «El 45», por ejemplo, se refiere a Juan Domingo Perón como «el que te dije», ya que seguía vigente la proscripción del peronismo. Canciones como «¿Diablo estás?» y «Aria del Salón Blanco», eran tiros por elevación a la dictadura militar que encabezaba Juan Carlos Onganía.
Manuscritos
También se podrá acceder a los manuscritos de muchas de sus obras, entre ellos el de la canción «La cigarra», tema con el que, el 18 de febrero de 1982, Mercedes Sosa conmovió en su regreso en ese primer recital en el país después de su exilio. Esas estrofas habían sido inspiradas en aquellas actores y actrices que, ya viejos y corridos de los escenarios, todavía tienen algo para ofrecer, pero el momento político en el que fueron cantados esa y otras tantas noches la convirtió en una claro homenaje a las víctimas del horror más reciente: «Tantas veces me borraron… tantas desaparecí…»
«María Elena no fue una militante, pero su obra y sus intervenciones públicas defendieron los derechos de la mujer, la diversidad cultural y el acervo identitario argentino», explica Pujol.
«Descendiente de inmigrantes ingleses, irlandeses y españoles, muy urbana en sus hábitos y costumbres, gran flâneur de la ciudad de Buenos Aires y viajera curiosa y voraz, María Elena conocía y admiraba la cultura criolla, su cancionero anónimo y la gracia de los lenguajes populares, pero no concebía la tradición como un corsé», dice Pujol. Por es, se animaba al mix, y sintetizaba coplas folclóricas y nursery rhymes en su cancionero infantil. «Le molestaban tanto el folclore de estampa costumbrista como el elitismo de muchos escritores. Todo lo popular y argentino le atraía. Ella era al mismo tiempo una zamba y París«, señala.
Su costado más político puede encontrarse en algunas de sus notas periodísticas de la década del 70. En «Desventuras en el País Jardín de Infantes», publicada en 1979 en el suplemento cultural del diario Clarín, escribió: «Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. […] El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas».
La mirada sobre la mujer, en cambio, está presente desde su juventud, cuando ya leía a Virginia Woolf, Doris Lessing y Victoria Ocampo, de quien años más tarde se convirtió en gran amiga. Escribiría Oda doméstica (1965) y el artículo «Sobre la ideología de Victoria Ocampo. Feminismo y no violencia» (1973), por citar algunos de sus textos referidos a las mujeres y a la prepotencia masculina. Es recordado su «Sepa por qué usted es machista», publicado en la revista Humor en 1980, artículo listo para ser puesto online.
El archivo digital contará, a su vez, con una novedad para cinéfilos: la película Juguemos en el mundo, dirigida por María Herminia Avellaneda y protagonizada por Perla Santalla, Norman Briski y Virginia Lago, con la mismísima María Elena Walsh. En el film, los personajes de Doña Disparate y Bambuco desarrollan una historia que, aunque pueda parecer hecha para chicos, está llena de guiños para adultos.
Pantalla chica
Además, estarán las emisiones de «La cigarra», un programa de televisión que se emitió por el viejo Canal 11 (hoy Telefe) en 1984 y que se volvió sinónimo del tiempo que se inició con el regreso a la democracia. Este ciclo, que solo duró seis meses, lo hizo María Elena Walsh junto con Susana Rinaldi y María Herminia Avellaneda, un programa en el que la mirada femenina es la protagonista. De esta experiencia, en el archivo estarán los videocasetes caseros que grababa Sara Facio en VHS. Convertidos, claro, para poder ser vistos.
Susana Rinaldi recuerda con mucho afecto a su amiga y la destaca como una «rectora de nuestra juventud». «Compartíamos reuniones memorables en su casa -rememora-. Ella se sentaba con un cuadernito y anotaba. Nosotros le tomábamos el pelo. ¡Qué estarás escribiendo esta vez!, le decíamos. Tenía una gran virtud, decía lo que pensaba. A ella y a María Herminia les debo que me ayudaran a empoderarme. No era fácil para mí recibir las críticas y ellas no solo me respaldaban, sino que además me ayudaron a trabajar la teatralidad que tan bien manejaban. Eran exquisitas. Haber formado parte de ese trío, con La Cigarra, fue un lujo. Le debemos muchísimo».
Otra perla del archivo será su diario personal. Sara Facio accedió a que sea digitalizado porque la propia María Elena decidió qué cosas no serían públicas y las rompió en mil pedazos antes de morir. «Todo lo que dejó María Elena es para que yo lo viera, leyera e hiciera lo que quisiera. Ella ya quitó, rompió, tiró lo que no quería que se viera. Hay páginas cortadas con tijera. O días, meses, años… ausentes», cuenta.
La Argentina tiene memoria corta. Dicen que por eso solemos tropezar con la misma piedra. Ella ya lo había escrito: «En el país de no me acuerdo, doy tres pasitos y me pierdo. Un pasito para allí, no recuerdo si lo di. Un pasito para allá, ay, qué miedo que me da». Y lo cantaba mientras Norma Aleandro, Alicia, la profesora de «La historia oficial», decía que «la historia es la memoria de los pueblos». Un archivo sirve justamente para no olvidar. Difícil tapar el cielo con las manos si ahí está la foto, la carta, la canción para recordarnos donde tenemos que poner el otro pie.