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Don Alberto Sur


Por Juan Cruz “Fierro” Guillén

Cuando hablamos de Alberto Merlo, hablamos de un cantor, un compositor y un guitarrista, pero sobre todo de un hombre de campo con todas las letras. Tiene la característica de ser fundamental, una pieza esencial dentro de la música popular argentina.
Nació en Colonia Bossi, Santa Fe, el 2 de febrero de 1931 bajo el nombre de Aquelino Candelario Merlo y partió 81 años después, el 10 de abril de 2012. Comenzó cantando tangos, con otro personaje extraordinario, Abel Figueroa, con la Orquesta de Tito Biassoni. Actuó en Jesús María con el conjunto Los Tabacaleros, que integraba con Figueroa, Miguel Ángel Pérez y Fito Massari. A Buenos Aires viajó para actuar en la peña Mi Rincón: interpretó temas norteños, pero cuando estaba solo cantaba milongas.
En 1959 se vuelve a juntar con Abel Figueroa, suman a Polo Jiménez y recorren todas las peñas de esa época. Se larga como solista en 1960 y graba su primer LP “ Del tiempo i’ mama”. Pero el escenario no era su única vocación: en 1967 tuvo un programa en  Radio Nacional durante tres meses con libretos de Osvaldo Andino Álvarez, titulado  “Por las Huellas del Sur”. Con Andino compuso Capataz de arreo y Con el destino por flete. Y con otro amigo entrañable, el Vasco Víctor Abel Giménez Pulpería La Colorada. Siempre componía  dentro de los siguientes ritmos: triunfo, cifra, estilo, huella y, por supuesto, milonga.
Era hijo de italianos que labraban la tierra. Por eso conocía las tareas rurales, además de los rudimentos de la música. “Me hice grande en el campo, donde además de las tareas rurales entré en contacto con la música desde muy chico. En las reuniones familiares tocábamos bandoneón y guitarra”, recordaba Don Alberto. Más tarde, cuando el cantor  le copó la garganta, cantó zambas y chacareras, pero en la hondura de la canción surera encontró el cause de su río cantor. Así de fuerte le apretó la cincha al canto que lo eligió a él sin que Merlo lo supiera. “El canto sureño me traía los buenos momentos que había pasado en el campo de mis padres, el vínculo con el caballo, tropear hacienda, las destrezas en las yerras, jineteadas, los peones golondrinas. Son historias apasionantes. Admiro a los poetas que plasmaron en su prosa lo que yo viví, ya que puedo cantarlo y de alguna manera revivirlo. Cada frase para mí es un paisaje”, decía.
Pero fue en su conducta, arriba y abajo del escenario, que se ganó el apodo de “El señor del sur”, un hombre firme y humilde, talentoso y sabedor de lo que cantaba. “La Patria se debe apreciar y  querer como a la familia. Si encierro únicamente la palabra Patria es como apreciarla tanto como la palabra madre, como la palabra padre, como la palabra hermano mayor; eso es realmente sentir la Patria. Sentir las cosas que nos rodean, que no son de nadie, como que son de uno, y uno le debe el respeto: querer y  apreciar todo lo que ha ido conociendo y lo que la Patria le brinda a uno. La Patria nos brinda ritmo, música, canciones, sin que uno se lo pida. Lo brinda a través de los pájaros, de los sonidos eólicos, de  un balido de un toro, de un relincho de un caballo.
Esa es la música que nos da la Patria sin pedir nada.” De esa patria como concepto, a esta patria como lugar donde se forja la vida: la infancia. “Esa Patria chica es la que realmente me ha seguido alimentando, y desde que me fui de ella o no, estoy siempre allá. Me resulta muy fácil volver a esa Patria chica o a ese potrero, volver a esa galería de la casa, volver a esa cocina adonde mi mamá, a través de la ventana, me alcanzaba un pastel por ser el más chico, o algún pan con dulce. Por eso la Patria chica es inolvidable  y trato de mostrarla y repetirla con mi familia”, dejó dicho. Con esa misma seriedad con que jugaba a volver a los tiempos idos de su infancia rural, Alberto Merlo, aconsejaba a los jóvenes. “No tomar con facilidad lo que nos venden como música o como poesía. No lo tomen livianamente, porque la música tiene un peso sobre la vida del hombre, y la poesía otro que ayuda a convivir. Hay cosas para divertirse, hay ritmos para divertirse, pero se pueden aprovechar esos ritmos con algo de musicalidad que caiga bien al oído, y una poesía que no sea tan simple. Así que de a poquito acérquense a los ritmos que nos da la tierra que van a ver que la van a pasar bien”, decía Don Alberto Merlo, el paisano que fue guitarra y horizonte, el cantor que fue milonga y peonada. El hombre que fue, íntegro y simple, como el sur todo.

Fuente: www.elfederal.com.ar