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La amistad de la que nacieron zambas


Jaime Dávalos y Eduardo Falú fueron compinches y un dúo imbatible a la hora de crear canciones

Cuántas veces alguien se habrá emocionado con zambas como aquella que dice: «Mojada de luz/ en mi guitarra nochera,/ ciñendo voy tu cintura/ encendida por las estrellas». Salteño, bohemio, gran poeta, Jaime Dávalos fue autor de muchas de las mejores letras de nuestro folklore. La mayoría con música de Eduardo Falú, su inseparable amigo y extraordinario intérprete.

Contaba Jaime que en la vieja finca La Candelaria, en el Valle de Lerma, por los años 50, Poncho Marrupe auspiciaba guitarreadas «sostenidas hasta el canto del gallo y más allá».

En una de esas cacharpayas, Eduardo Falú y otros amigos llegaron amanecidos hasta su habitación en la casa, lo zamarrearon y lo despertaron. Esa madrugada borroneó los primeros versos de la «Zamba de La Candelaria», a la que Eduardo le puso música. La canción corrió por guitarreadas, hasta que un día a Jaime le llegó un telegrama de Falú pidiéndole que corrigiera una estrofa que decía: «En lo de Poncho Marrupe/ meta tomar y obligar/ se nos va alegrando el vino/ cantando la zamba La Candelariá», porque Marrupe se quejaba de que le estaban haciendo fama de «fiestero».

Ante el silencio de Jaime, Falú quitó la estrofa y él mismo escribió aquello de: «La acunaron esos ríos/ que murmuran al pasar/ y el viento de los inviernos/ le dio la tristeza que la hace llorar.» Así se completó la zamba. Y Marrupe se perdió de figurar en las antologías del folklore.

En los Valles Calchaquíes, Dávalos trabajaba una finquita de vides y hasta allí se llegaban muchos amigos a visitarlo. Un día cayeron Ernesto Cabeza, aquel fundador de Los Chalchaleros y otro bohemio, y se quedaron por un tiempo. Cabeza temaba con una zamba a la que ya un cuñado suyo le había puesto letra, pero a él no lo convencía y le pidió a Jaime que le «pisara la gallinita con su gallo». Cuenta que entonces la noche se les hizo día buscándole la vuelta y de ese modo nació «La nochera». Encendida por las estrellas e inmortal, según Dávalos nadie la cantó nunca mejor que Falú «porque le puso el alma de esas noches de los valles».

Contaba también que cuando chico, en Quijano, en verano al ponerse el sol, las lajas de la vereda conservaban un calorcito de resolana «que nos demoraba el atardecer jugando hasta olvidar el tiempo». Y por eso mucho después, cuando alguna vez se fue de su casa llevado por su carácter bohemio, escribió para su mujer aquella «Resolana», en la que le dice: «Despedirse es tan cruel,/ que te quede de mí la ternura/ como resolana debajo la piel.»

Una mañana húmeda en los años sesenta los dos amigos caminaban por calles de Buenos Aires y Falú, con nostalgias de Salta, empezó a silbar un tema de zamba que se le iba ocurriendo. En la Avenida de Mayo se sentaron en un bar, en la vereda, y pidieron un jerez. Sobre esa música Jaime se puso a garabatear en un papelito que le dio el mozo y allí nació «La nostalgiosa», esa que dice: «El recuerdo de mi tierra por la sombra me subirá» y que después define tan bien lo que sentimos los que amamos las montañas cuando volvemos a nuestras ciudades llanas: «Busco al fondo de la calle un cerro/ pero encuentro el cielo y nada más».

Así, como al pasar, los amigos crearon esas bellezas y otras obras no menos hermosas como la «Canción del Jangadero», «La sanlorenceña», «Tonada del Viejo Amor», «Vamos a la Zafra», «Las Golondrinas», «Tragos de sombra», «Río de Tigres», y tantas más.

Un día el poeta se fue definitivamente, pero nos dejó «como resolana debajo la piel» la calidez de esas canciones que son inolvidables.

Por: Roque A. Sanguinetti
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/campo/la-amistad-de-la-que-nacieron-zambas-nid1424372?fbclid=IwAR1vVL_sCc9RpWgAp80iPWdJ52JUOlPPLcsSm1kAONTnycvRA4A6vthxacU