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Doña Ubenza, la ternura en un ojo de agua


El huayno más hermoso que compuso Chacho está inspirado en una mujer de San Antonio de los Cobres.

Otro encuentro iniciático de Chacho Echenique fue el acontecido en una finca de Saavedra (Bs. As), donde conoció de casualidad a Ramiro Dávalos, pintor salteño: «Como buen norteño, él estaba con su guitarra y empezó a cantar y a hablar del amor a la tierra. Era la primera vez que yo le ponía atención a ese sentimiento. Me emocionó escucharlo y para mí fue como una revelación», recordó. En ese momento, Chacho vivía solo en Buenos Aires, en una pensión: «Estaba muy fea la situación con los militares. Al Dúo lo tenían en la mira, como a casi todos los artistas, así que con Patricio decidimos tomar distancia. Hice Doña Ubenza sentado ahí, en esa pensión, preguntándome por primera vez quién era yo. Era muy extraño. Yo había ido a jugar al fútbol y de pronto estaba ahí, haciéndome preguntas existenciales dictadas por la música». De su «intuición» melodiosa nacieron también Madurando sueños, Zamba del que anda solo, La que se queda y Purmamarca, entre otras.
Doña Ubenza fue una mujer real y determinante en la vida de Echenique. Era la mano derecha de su tía Haidé Echenique, maestra en San Antonio de los Cobres. «Doña Ubenza la ayudaba en las cosas de la casa. Era del paraje Cangrejillos, que queda frente a un salar. Yo iba a pasar largas temporadas en su casa. Me acuerdo que doña Ubenza me sonreía y yo corría a abrazarla. Una vez nos miramos los dos en el fondo de un ojo de agua. Nunca me olvido de esa imagen. Doña Ubenza fue un poco mi mamá cuando estaba en la Puna», contó Chacho acerca de la mujer que se pasó la vida trajinando y persignándose «por las dudas dios exista».

Dueño de una genética hecha de viento, silencio y piedra

Echenique ubica el origen de su vocación musical en sus ancestros coyas.

Chacho Echenique lleva el apellido de su madre, Amalia Echenique, mujer fuerte y trabajadora nacida en Iruya. «Con toda suerte, tengo a mi viejita viva todavía -comenta el cantautor y completa el relato de su origen-. Mi papá apareció muy tardíamente en mi vida, cuando yo tenía 30 años. Era de apellido Salim. Soy idéntico a él».
Doña Amalia estudió y se recibió de enfermera. Con ese trabajo piloteó la crianza de su único hijo. «No fue fácil para ella educarme sola. Yo canto por mi madre. No porque ella me haya incentivado a seguir el camino de la música, porque más bien fue todo lo contrario -repasa Chacho y sonríe-, pero todos mis antecedentes vinculados al canto vienen del lado de su familia: sus hermanas coyas eran todas unas cantoras bárbaras. Soy un turco grandote con una voz heredada de la Puna, digamos».
Echenique le adjudica, en parte, su oído afinadito a esa genética hecha de viento, silencio y cerros de piedra. Hoy, confiesa, sigue componiendo por pura intuición. «Estoy adentrándome en otros caminos. Yo le debo mucho a la Puna. Y es que no hay caso: yo no soy gaucho; a mí me tira la copla. Estoy tratando de darle rienda suelta a esos dictados que me nacen desde adentro. Creo que los que no hemos estudiado nos aferramos a la rima porque es rica. Yo no te puedo escribir un poema, pero sí una copla», asevera sin querer entrar en disquisiciones académicas que, seguramente, terminarían contradiciéndolo porque la copla es literatura oral, omnipresente y universal. Para muestra, su propia, hermosísima canción, Doña Ubenza.

Fuente: http://www.eltribuno.info/dona-ubenza-la-ternura-un-ojo-agua-n473358