Jardin de Noticias

Para Eleodoro Villada Bustamante, el cantorazo*


Lo conocí una noche sentado él en un rincón del escenario mayor del Festival de Cosquín casi imperceptible en su figura pero tan gigante en su decir cantado y guitarreado. Después fueron encuentros y varias charlas intensas a su estilo profundo. Un tipo diferente a todos. Bastaba conocerlo nomás. Hijo de padre tan sabio como humilde, pero cantor. Y él, joven pero sabio como pocos. Aunque antiguo. Ingenuo como nadie. Reflexivo siempre. De lágrima fácil. Emprendedor con la música. Empedernido con la Patria. Le dolía toda injusticia. Seguía luchando para él y para los demás. Cercano a los hermanos Expósito. Guitarrero pero sin púa. Ladero de Vicente Correa amparando al prestigioso uruguayo Alfredo, el de Doña Soledad. Le pesaba Zitarrosa en el hombro cada vez que cantaba en el escenario. Y otra vez las lágrimas cuando recordaba. Gran tipo. De códigos inalterables. Lo seguiremos queriendo. Vamos Lele… ¡Ay!… las cosas, Vacío al horno, La mariposa, Casa vacía, El chingui chingui, Duele la Patria, o Amanda. La que quieras… o todas, mejor.

Raúl Alberto Vigini

Suplemento Cultural “La Palabra”

[email protected]

Rafaela (Sta. Fe)

*que falleció el 3 de noviembre de 2019 y casi no lo supimos… cuánta pena, sensible amigo


En busca de… Domingo Eleodoro Villada Bustamante, músico

Lo heredado y lo adquirido

Es tan importante en su vida haber sido guitarrista de Alfredo Zitarrosa como ser el hijo de un gran cantor de pueblo, y el hecho de ofrecer su arte en espacios no convencionales lo expuso a una realidad que lo dignifica, como cada emprendimiento que encaró en su vida. Con la emoción del recuerdo y la presencia espiritual de su ídolo y amigo uruguayo, compartimos esta charla de café y de grandes significados.

LP – Le pedimos que se presente en sociedad.
D.V.- Nací en Segunda Usina, provincia de Córdoba, el 29 de agosto de 1942. Cursé la escuela primaria y profesorado de guitarra y música. Soy músico y cantor. Hijo de don Reynaldo Villada y de doña Dominga Bustamante. Cordobés hasta los huesos, nací y crecí entre cerros bajos y con el Río Tercero frente a mi casa. Soy el sexto hijo de nueve hermanos entre varones y mujeres, casi todos cantores. Desde chico me gusta la lectura, tal vez, lo que más me gusta después de la música. Me apasiona hacer canciones, porque es mi mejor forma de expresión. Soy bastante solitario y me enoja la vulgaridad. Me interesa mucho estar seguro del sí, del no y del tal vez y por sobre todo, saber elegir entre lo correcto y lo fácil.

LP – Encarar la vida con un padre cantor.
D.V. – Fue todo muy natural, mi papá era un hombre sencillo pero inteligente, nos enseñó a vivir, viviendo, actuando en consecuencia a lo que pregonaba, siempre admiré eso. Oírlo cantar era muy bueno, un cantor con todas las letras, de aquellos que cantaban sin micrófono y se los escuchaba de todos lados, en realidad, más que cantor, un gran artista, que solo cantó en los boliches de aquellos pueblos, nunca buscó trascendencia.

LP – Del toque de oído a lo clásico con la guitarra. Tu experiencia.
D.V. – Fue una experiencia extraordinaria. Tuve la suerte que allá por los años sesenta y pico, un gran concertista de guitarra bajara desde la ciudad de Córdoba hasta Almafuerte, un pueblo progresista, cercano a Segunda Usina para dar clases. Un amigo de mi papá, Tito Chiavaza le dio la noticia y le comentó: Mire don Villada tiene que mandar al Lele a estudiar, tiene muchas condiciones y parece que el profesor es de los buenos. De chico me decían Lele, achicando Eleodoro y agregándole una L delante. Mi papá habló con Carlos Valdéz, así se llamaba ese fenómeno y arregló que yo fuera a visitarlo para comenzar las clases. Esa primera vez fue fantástica. Apenas entro y me presento, él recuerda haber hablado con mi papá y me invita a sentarme. Palabra va palabra viene, me preguntó si tocaba algo la guitarra, le contesté que sí y me dio su guitarra, una hermosa Ramírez…Toque, me dijo y me puse a cantar Luna Tucumana con un pobre acompañamiento aprendido de oído. Cuando terminé Valdéz serio me dice… ¿usted cree que eso es tocar la guitarra?… Déme dijo y me sacó la Ramírez de las manos y se puso a tocar un fragmento de Recuerdos de la Alhambra de Tárrega. Con el tiempo me enteré que así se llamaba esa maravilla. Cuando vi y escuché eso, no lo podía creer. Lo poco que sabía era tocar con el dedo pulgar como lo hacía mi papá. Este hombre tocaba con todos los dedos y de que manera!… Me enamoré de inmediato de esa forma de tocar. Recuerdo que Valdéz me dijo: si quiere estudiar conmigo tiene que olvidarse de todo eso que sabe, porque está mal. Y como fue amor a primera vista, dejé todo y comencé desde el vamos, con las cuerdas al aire, como se debe. Claro, con el tiempo, Valdéz me tomó mucha estima y se entusiasmó conmigo porque le resulté un buen alumno y en poco tiempo estaba tocando con todos los dedos y eso me emociona de solo recordarlo.

LP – Ser protagonista en el desarraigo y reiniciarlo todo pero desde Buenos Aires.
D.V. – ¡Ay!… la pucha, qué jodido eso del desarraigo. Teníamos una hermana casada con un porteño hijo de tanos, trabajador como él solo. Papá se jubiló en Agua y Energía Eléctrica y cobró unos pesos atrasados que le debían. Mi hermana, con el asunto del trabajo y estudio de los más chicos lo convenció para que comprara una casita en el barrio de Caseros en la provincia de Buenos Aires y levantó su rancho como él decía, con todos nosotros adentro (los más chicos) yo tenía 18 años. Fue muy duro para mí, dejar mi lugar y sobre todo, la gente que rodeaba el estudio de la guitarra. Los cerros, el chañaral, el Río Tercero frente a mi casa, fue duro. Pasé un primer año malísimo. Valdéz me dio una carta de recomendación para seguir mis estudios con Maria Angélica Funes. Tardé en ir a verla, estaba muy mal, después me arrepentí, cuando fui, me encontré con una mujer fuera de serie. Me metí de lleno a estudiar con ella y pude preparar un repertorio de música clásica. Por ella, descubrí que podía dar clases, para no trabajar de otra cosa. Las heridas fueron cerrando, Buenos Aires me hizo un lugar y aquello que parecía haber perdido el rumbo se convirtió en nuevos caminos que me enriquecieron.

LP – Los primeros intentos con la música como profesión.
D.V. – Con tres de mis hermanos varones, armamos un conjunto vocal que se llamó…Los Chañaraleros y comenzamos a intentar subir a los escenarios. No fue fácil pero igual lo intentamos y no nos fue tan mal. Estoy hablando de los años ’60 cuando la música de raíz folclórica tuvo un pico muy alto y nosotros algunas miguitas de la torta pudimos comer. Por esos años, grabé un simple con Hernán Figueroa Reyes, recién desvinculado de Los Huanca Hua. Acompañé a Julio Molina Cabral poco tiempo y pasé a intentar cantar como solista, comencé el derrotero por las radios y algún canal de TV . No pude lograr mucho, tal vez porque había mucha mercadería en el negocio de la música y ya sabemos, cuando uno no hace ciertas concesiones, queda afuera y yo fui como decía el Tata Yupanqui, galopiador contra el viento. Así fueron los primeros intentos.

LP – Llegan los años ’70 con todo su desafío.
D.V. – Había pasado ya mucha agua bajo los puentes y estaba arraigado en Buenos Aires. Conseguí trabajo en Radio Municipal, donde pasé los años ’70 . En esa radio me pasaron muchas cosas buenas y de las otras, sobre todo cuando llegaron los milicos, tuve que renunciar en el año 1980, fue por no darle una piña a alguno de esos cosos ignorantes con uniforme.

LP – Conocer a los Expósito y lo que significó ese momento.
D.V. – Bueno eso pasó en los ’70 para ser más exacto, año 1973, un locutor llamado Oscar Guerrero me comentó que Virgilio Expósito andaba buscando un cantor para armar un trío y a él le parecía que yo era el indicado y así fue. Apenas me escuchó Virgilio me dijo: El puesto es tuyo y con Roberto Alonso, bajista, nos pusimos a trabajar un repertorio de canciones nuevas que eran letra y música de Virgilio. Con ese trío pasamos a ser parte de un grupo de personas, la mayoría actores, para dedicarnos a armar espectáculos en el teatro IFT de Buenos Aires. El grupo se llamó GATT (Grupo Argentino de Teatro para Todos). También conocí a Homero Expósito y pude tomar muchas cosas buenas de esos dos capos con mayúscula.

LP – Encontrarse un día con Alfredo Zitarrosa.
D.V. – Guillermo Benassan que era el director del grupo, vino con la noticia que Alfredo Zitarrosa estaba en Buenos Aires y que debíamos proponerle que cantara en el teatro. Me pidió que lo acompañe para ver si lo podíamos convencer. Fuimos a un departamento que Alfredo tenía en el barrio de Palermo y nos recibió muy amable con el termo y el mate, infaltables en Alfredo. Le pareció buena la idea, ya que él venía escapando de la dictadura militar en Uruguay y tenía la idea de quedarse un largo tiempo por estos pagos, porque allá estaba prohibidísimo su arte. Dijo que le interesaba la propuesta, pero que estaba sin guitarristas, ya que Siro Pérez y Alfredo Sadi habían conseguido unirse a un capo nuestro… Roberto Grela… Cuando Benassan escuchó eso me dio un codazo, para que recordara que yo era guitarrista y así en un acto de total inconciencia le dije a Alfredo… no se preocupe, yo puedo armarle un grupo de guitarras que lo acompañe, conozco su repertorio.
Alfredo chupó el mate hizo una pausa y me dijo, bueno amigo ¿cómo se llama usted? Eleodoro, dije, con la impresión que me estaba metiendo en un baile que no sabía bailar. Mire Eleodoro voy a hablar con Siro y don Gualberto, para que le pasen los arreglos, ¿le parece bien?… Sí dije yo. A los dos días me llama para preguntarme si podía ir al día siguiente por los arreglos. Le dije que sí y allí estuve… fue un suplicio. Me di cuenta de que conocía el repertorio nada más que de escucharlo en los discos y que era algo que no dominaba ni por las tapas. Para colmo Siro me pasaba los arreglos a mucha velocidad y además tocados con púa, que para mí siempre fue mala palabra. Cuando terminó el suplicio, nos quedamos solos Alfredo y yo. Le dije: le pido disculpas pero me equivoqué. Creo que no voy a poder acompañarlo. Quise salvar el problema pero veo que no soy lo que usted necesita… Pero no Eleodoro… dijo Alfredo, usted es un gran guitarrista, si me permite voy a convocar a un amigo que con su guitarra hemos recorrido caminos juntos. No tengo dudas de que nos va a sacar del pozo. Quedamos en eso. Me llamó a los dos días y me citó para el día siguiente. Cuando llegué, me encontré con un negro grandote sentado con su guitarra en la mano, Alfredo le dijo: Vicente, tocá un candombe para que escuche Eleodoro y Vicente que era nada más y nada menos que Vicente Correa, se largó un candombe que me hizo llorar mucho. Ese llanto, fue la mejor carta de presentación para con Alfredo. Luego con Vicente que tuvo mucha paciencia conmigo, trabajamos los arreglos. Él con púa y yo con dedos. Se unió don Gualberto López con su guitarrón, hasta lograr lo que Alfredo quería. Fue la más grande experiencia de mi vida de músico.

LP – El trabajo compartido con el cantor uruguayo más afamado.
D.V. – Compartir escenarios con estos uruguayos, fue lo máximo. Muchas emociones. Esas que sólo Alfredo sabía transmitir con su canto. Y el sonido de esos arreglos que alguna vez creí imposibles, dejaron una marca de fuego, que me hicieron cambiar el enfoque que tenía de la música popular. Basta de novenas y oncenas, sólo el acorde natural, para vestir esas canciones que son lo que el pueblo quiere.

LP – La marca de fuego que queda a partir de ese camino compartido: ¿un antes y un después?…
D.V. – Realmente fue un antes y un después muy marcado. También porque pude hacerme muy amigo de Alfredo, por unas sensibilidades bastante parecidas. Nos unían los recuerdos y el concepto del hombre que teníamos y sigo teniendo. El decía: Aunque uno cante smoking, tiene que ser de a caballo. Otra: Crear no siempre es creer…cuando ambas cosas se juntan, recién saltan las lágrimas. Y yo digo: Zitarrosa era un ángel, tenía algo de diablo y cantaba como los dioses.

LP – Hablar de la vida desde tu lugar de cantor.
D.V. – Desde mi lugar de cantor, la vida es hermosa y macabra. Porque uno quiere cantarle a la flor, pero la naturaleza es cruel y mata para vivir. Eso no cabe en mi corazón porque me duele pertenecer a esa cadena de alimentos. Esto de la vida, es la muerte.

LP – La importancia de llegar a cada uno de los discos.
D.V. – Conseguir editar un disco es placentero, sobre todo cuando uno lo está haciendo. Después viene la crítica, los elogios, pero uno ha perdido ya el supremo momento de la creación, que en definitiva es lo que alimenta el alma.

LP – Las épocas difíciles.
D.V. – Todas las épocas son difíciles, cuando uno es más o menos sensible. Anda tanta macana suelta que uno no puede más que chocarla y tener conciencia de que existe. Los perros abandonados me duelen mucho, las barras que van al fútbol a pelearse y romper cosas… ¡Qué triste!

LP – La poesía en tu creación
D.V. – Las canciones en general -perdonando la palabra- tienen algo de poesía. Pero la verdad es que los que hacemos canciones ponemos letra y música. La poesía tiene vida propia. No necesita de ninguna música para decir lo suyo. Me gusta la poesía. De hecho cuando se me da, escribo alguna. De todas maneras me gusta la canción. Los agudos y los graves de las notas y las letras. Es apasionante que coincidan ambas.

LP – La composición. Valores asignados a las melodías propias.
D.V. – El valor que le doy a mis melodías, pasa exclusivamente por la emoción. Aunque sea una canción alegre debe tener emoción. Si no es plantita seca.

LP – ¿Si tuvieras que definir tu proyecto de vida con la música?
D.V. – La definición es que la música fue y será mi proyecto de vida. Desde la galería de mi casa hasta alguno de mis nietos cantando algo. También quiero decir, que nunca hice proyectos con la música, lo que conocemos como proyecto. Esto me sale solo, es lo que respiro, es mi comida diaria, es mi amor.

LP – Una anécdota.
D.V. – Cuando éramos chicos, íbamos a pescar con mis padres al lago de Segunda Usina. En invierno hacíamos grandes fogatas, para calentarnos, para hacer el asado, y calentar el agua para el mate. Cuando el día terminaba, nos gustaba, a los más chicos, apagar las brasas orinándolas. Mi papá decía… No hagan eso, rodeen esas brasas con piedras para que aguanten… ¿se imaginan si viene alguien sin fósforos?… Qué alegría… no?