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Problemas de nuestro folklore


Por Lázaro Flury (1909 – 2002)
(Transcripción: Prof. Gustavo Balmaceda)
Publicado en la revista FOLKLORE Nº 86 – 26 de enero de 1965

Recordando un aniversario más de su nacimiento…

En más de una oportunidad se ha expresado inquietud por la forma como se difunden y cultivan las manifestaciones tradicionales. Esa inquietud encontró eco en todas las reuniones, mesas redondas, congresos y convenciones realizadas en los últimos años; prueba evidente que el momento denuncia madurez para encarar la divulgación del folklore con sentido constructivo. Esa preocupación encontró también ancho cauce en las peñas y centros tradicionalistas diseminados en la república.

En el encuentro folklórico realizado en Santa Fe, con la participación de Bernardo Canal Feijóo, Carlos Vega y el suscripto, se planteó una vez más la inquietud, llegándose a aconsejar la constitución de centros de investigación folklórica en cada provincia y crear en lo posible dentro de cada peña un núcleo de aficionados a esa disciplina.
No es posible pretender que las peñas se conviertan en centros de estudio e investigación, tarea que por otra parte no les corresponde, pero sí que traten de complementar la obra de divulgación recreativo – coreográfica, con los conocimientos esenciales del arte tradicional.

Las introducciones explicativas en las clases de danzas (que realizan muchas peñas) pueden ser completadas con disertaciones semanales para el resto de los asociados, sobre distintos aspectos de nuestro folklore. La música, la poesía tradicional, el atuendo, la alimentación, las supersticiones, las leyendas, los cuentos, los elementos de transporte, la vivienda, los instrumentos, ofrecen temas para desarrollar ciclos de gran valor cultural y formativo. No hace mucho tiempo el autor de estas líneas tuvo ocasión de visitar una de las peñas más importantes del país, en cuyo local tenía lugar una exposición pictórica sobre motivos tradicionales.

En esa oportunidad una dama preguntó al pintor, presente en el acto, el nombre del extremo saliente del palo cumbrera de una carreta que pertenecía a la colección y la función que desempeñaba en el mismo la tribilla dispuesto a modo de sortija. Ni el pintor de motivos criollos ni el público asistente pudieron complacer a la dama en cuestión.
Casos como estos son frecuentes y hablan con elocuencia del desconocimiento de nuestras cosas. Por eso opinamos que es imprescindible realizar en forma modesta pero constante un trabajo de divulgación sobre los motivos que hemos mencionado.
Otra tarea importante en estos momentos es establecer con claridad la división entre expresiones folklóricas y expresiones artísticas, pues el público no las distingue en la mayoría de los casos y considera tan folklórico una chacarera como un cielito del porteño.
Dejemos en claro que las peñas “no hacen folklore”, sino que realizan una obra de proyección folklórica y que por lo tanto nadie puede coartarles el derecho de cultivar manifestaciones creadas. Lo que se requiere, para evitar un fraude al público, es fijar con nitidez las expresiones folklóricas y las expresiones artísticas.

La gravedad de este aspecto puede medirse teniendo en cuenta que en los programas de danzas folklóricas de las escuelas de varias provincias, se conceptúan como folklóricas y se enseñan como tales, gran número de danzas artísticas. En torno de las danzas folklóricas y de las creaciones artísticas, se mueven a su vez gran número de expresiones que “han sido folklóricas”, pero cuyas reconstrucciones han sido realizadas sin ningún respaldo documental. (Caso de La Chamarrita en Santa Fe, lanzada como especie folklórica). No es posible engañar al pueblo y estas expresiones deben ingresar al grupo de manifestaciones artísticas. En lo que respecta a la parte histórica, gran número de textos enuncian una serie de suposiciones sobre el origen de las distintas especies, carentes de valor, porque lo que interesa la verdad y no la suposición. Por eso que
consideramos a los textos de Carlos Vega los más completos sobre el tema: están firmemente respaldados en la base histórica y documental.

No es redundancia repetir que cada peña o agrupación tradicionalista debe formar su pequeña biblioteca, por pequeña que fuera, y un muestrario (ya que no es posible hablar de museo) de los objetos tradicionales más comunes.

El saldo positivo de este trabajo podrá apreciarse cuando se produzca el declive que inevitablemente sufriría el auge de la marea tradicionalista. No sabemos cuándo, pero gran parte de los elementos de aluvión que se han volcado en la corriente tradicionalista, rozando apenas la superficie, sea por moda o entusiasmo, volverán a la periferia. Es un proceso lógico. Pero según el trabajo que hayamos realizado desde las peñas, los centros, las escuelas, quedarán o no un remanente positivo. El tiempo lo dirá. Lo que ahora se impone es trabajar con seriedad, con conciencia y seriedad. El folklore merece ser difundido como disciplina seria y sobre todo como auténtica expresión del sentimiento popular.

Fuente: Revista FOLKLORE Nº 86 (Año 1965)