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Jardín literario: «Venganza»


Por José Juan Botelli «Coco» de su libro «Gallero viejo y otros cuentos.»

Fotografía de portada Alejandro Ahuerma

Don Tomás era un joven y tranquilo carpintero de banco, hasta su tercera hija mujer, altura de la vida en que decidió invertir sus ahorros para alterar su diáfano pasar, cambiando de rubro por algo que aunque no deshonroso, no era tampoco honroso; todo con miras a un porvenir más sólido y rendidor: acrecentó su carpintería con un par de máquinas y operarios dedicándose a fabricar ataúdes. Sus ingresos se multiplicaron por cien en sólo dos años. Entonces prosiguió la búsqueda del hijo varón y en esos intentos tuvo dos nenas más, tras lo cual, culpando a su mujer y a la mala suerte, se decidió por el control de la natalidad.

A los pocos años con cinco hijas, de todos modos, era un hombre rico, porque nada produce tanto como los negocios de él «darse a la muerte»…, o el «darse a la vida».

Don Tomás hizo estudiar, ganar títulos y casar a todas sus hijas, aunque centró sus celos paternales en la última, que estudió bioquímica y que apenas graduada se había casado con un recibido compañero de estudios. Les compró una casa, siempre en la misma forma y desaprensión calculada con que se iniciara con los ataúdes; buscó hasta conseguir una hermosa propiedad justo al frente de la más grande clínica de la ciudad, de tal manera-pensaba ingenuamente-los médicos no tendrían más que remitir al frente todos los análisis de sus pacientes.

Pero al cabo de un tiempo, los cálculos no resultaron así, puesto que cada paciente o cada médico tiene un bioquímico de confianza y la pareja de don Tomás no dio económicamente un solo paso adelante, más bien se fue para atrás ya que de esa pareja nació una niña, que había que alimentar.

Don Tomás, hombre ya poderoso a través de los ataúdes, estructuró y llevó a la práctica la más sutil de las venganzas con que podía replicar a los -en su concepto- mezquinos médicos, cerrando y levantando el laboratorio que pusiera a su hija y a su yerno, inaugurando luego en la misma propiedad un gran local con un inmenso letrero de neón, que con azules y rojos relampagueaba de noche apuntando justo hacia la sórdida puerta de la clínica, por donde salían los que no convalecían nunca: Empresa de pompas fúnebres.

Sintiéndose burlado por la vida, quiso vengarse de ella, vendiendo ataúdes y contrariando con el inmenso sarcasmo luminoso de su empresa a los que velan por la vida.