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Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Manuel J. Castilla


Disfrutar del idioma es uno de los placeres que nos brinda su obra, y el descubrir los tesoros sensibles que guarda una región vivencial como la nuestra. Un grande.

Daniel Sagárnaga
Ilustración José Serrudo
El Tribuno

Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de Manuel J. Castilla en Cerrillos. Se trata de la voz poética que con más ardor expresó la región. Como ningún otro, en su escritura -ya sea la poética o en esas prosas breves- nos encontramos con la copla, la celebración del entorno y sus mitologías, del vino y sus amigos, de la naturaleza, del tiempo y de la muerte; pero también es una voz que denuncia la condición social de sus habitantes.
En 2016 Eudeba y la Secretaría de Cultura de Salta reunieron 14 títulos del poeta y editaron sus “Obras completas”, aunque excluyendo los aguafuertes que publicó en El Intransigente y que Alejandro Morandini recopilara en el libro “El oficio del árbol”. Allí están “Agua de lluvia”, el inédito “Canto del cielo”, “La niebla y el árbol”, “Copajira”, “El cielo lejos”, “Bajo las lentas nubes”, “La tierra de uno” y “Cantos del gozante”, más sus libros de prosa “De solo estar” y “¿Cómo era?”. También están ausentes las letras de sus canciones.
Su vida fue la de un viajero incesante. Eternamente alucinado por el mundo que lo rodeaba: la región del centro oeste sudamericano. “Mi sabiduría viene de esta tierra”, dice en uno de sus poemas y es la frase que Holver Martínez Borelli tomara para el escudo de la Universidad Nacional de Salta. Manuel comenzó a escribir tempranamente, entusiasmado por su madre. A pesar de eso, nunca terminaría el colegio secundario. Sin embargo, también tempranamente, ingresaría a El Intransigente. Julio César Luzzatto, Antonio Nella Castro y Julio Díaz Villalba, más tarde César Perdiguero y Juan Carlos Dávalos serían parte de esa redacción. Allí también publica boletines clandestinos cuando el gobierno peronista detuviera al director del diario, el radical David Michel Torino.
Junto a Antonio Raspa, que a posteriori se convertiría en su cuñado, y a Pajita García Bes, Manuel viaja a Bolivia haciendo títeres. Su retablo era El Coyuyo. En esa aventura iniciática, que tendría el mismo espíritu que empujaría al movimiento literario de La Carpa años después, Castilla vivencia la América mineral y la describe con una potencia social desbordante en su libro “Copajira”. Esos poemas se distribuirían 40 años después, por los mismos mineros orureños en sus huelgas.
En aquellos años, Manuel participa de un concurso de la Cámara del Tabaco. Allí coincidiría con Gustavo Leguizamón, el Cuchi. En 1943 escribirían su primera canción: “Zamba del pañuelo”. De este modo, se iniciaba un dúo llamado a cambiar la canción popular argentina. Manuel colaboraría también con otros grandes como Eduardo Falú o el Chivo Valladares, pero es su trabajo con el Cuchi el que lo llevaría a la popularidad. Juntos, escribieron las más bellas páginas de la canción del continente, cuyos artistas no mezquinan a la hora de admirar esa poderosa obra poético-musical.
Volviendo a los textos de Castilla, en ellos podemos encontrar al poeta, al titiritero, al autor de letras de canciones, pero sobre todo al periodista que aúna narración, poesía, mito y experiencia social. Fue, como buen periodista, un oído atento a las voces de los pueblos. El mismo Valladares cuenta que en sus encuentros Castilla se detenía a hablar con el puestero del mercado, con los vecinos sin nombre. “De ellos abreva su poesía”, reconoce el músico. A cada uno, como a cada árbol, insecto, animal o roca, los ha inmortalizado nombrándolos con sus nombres propios. No hay como en él otro registro poético entonces, que hable de nosotros como quien habla de todos, más allá del tiempo y de la muerte.

“Su obra puede seguir caminos insondables”

Rafael Gutiérrez en 2005 dirigió con Valeria Grabosky “En la tierra de Manuel”, donde indaga la continuidad de su poética. Para él, la obra del poeta “se sitúa en un momento de cambio crucial en la historia de la lírica argentina, ya que surge de un grupo que instala a la literatura escrita desde las provincias con una ruptura y una continuidad en un momento en el que se vinculaba esa producción a rasgos folcloristas o costumbristas. Algo que continúa como prejuicio de lectura hasta la actualidad. Hay una continuidad porque hay una fidelidad a la cultura desde la que se escribe y esa es la referencia a un mundo con un folclore vivo y no referido o parodiado. Y la ruptura está en la incorporación de aportes de las vanguardias que renovaron los modos de escribir en las primeras décadas del siglo XX”. Respecto al Castilla transhumante recuerda que “hay una antología de su obra editada por S. Sylvester, quien tuvo el acierto de titularla ‘El Gozante’, un modo muy interesante de calificar a ese espíritu viajero que fue transportado por un cuerpo trashumante. Manuel J. Castilla fue un viajero y un experimentador del paisaje y de su gente, lo que se plasma en su producción escrita -poética y periodística- elaborada por un espíritu sensible capaz de sentir a la gente y su mundo, con el cual se ‘com-padece’. De allí su actitud de compenetración que lo convierten en un ‘gozante’, un ser capaz de sentir plenamente”. “En momentos como el centenario de su natalicio, es propicios una relectura de su obra. Para algunos un descubrimiento que impulsa a indagar en las posibilidades de desarrollar la escritura lírica, de modo que la continuidad de su obra puede seguir por caminos insondables”, predice Rafael.