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Eduardo Guantay reparte el carbón en el Valle de Lerma desde hace más de 50 años


Eduardo Guantay tiene 67 años y desde hace más de 50 trabaja con el carbón.

El hombre sale desde un portón de chapa en donde todo es negro, por el polvo que se difumina en una vereda del barrio San Martín, de Rosario de Lerma.

Flota en el aire la magia de dos zambas que remiten a los míticos carboneros que resucitan en las guitarreadas de los salteños. Quizá sea Guantay o tal vez Maturana en la reencarnación de la letra de Manuel Castilla y la música del Cuchi Leguizamón. Mucho más cercano puede ser que Eduardo sea ese hombre “que va quemando la leña junto con su corazón”, en la letra lúcida de Eduardo Madeo, de Los Fronterizos.

El aire del valle, la tranquilidad de un pueblo que transita en bicicletas que saludan y el sonidos de los pájaros le van poniendo música a Eduardo que extiende la mano negra. Remite nuevamente a Madeo:

“A veces miro mis manos, 

pero no las veo, señor; 

las va tapando, de noche, 

todo el polvo del carbón”.

Al mediodía descansa; y es cuando habla. “Yo soy jujeño. Era un crack cuando era chico. Deslumbraba en las calles de Villa Belgrano, en San Salvador, jugando de 5, de 8, de 3, de lo que sea; hasta de arquero. Es por eso que mi papá me mandó a Salta porque ya no quería que juegue a la pelota sino que me ponga a trabajar. Yo ya trabajaba en San Juan de Dios, cerca de Caimancito, ahí donde están las aguas termales, en Jujuy. Así fue que me mandó a Rosario (de Lerma) porque mis papás tenían esta casita y porque ya pensaban que era hora de que me independice”, dijo.

Su papá se llamaba Máximo y también era carbonero. Le impuso su trabajo y le montó una minidistribuidora de carbón para que comience a ganarse la vida y a olvidarse un poco del deporte más lindo del mundo.

“Yo comencé repartiendo carbón en una bicicleta”, ríe. “Luego fui avanzando y me compré un carrito tipo verdulero en donde podía cargar hasta 10 bolsas. Así fui avanzando. Primero muy dedicado a ver cómo mantenía el trabajo. A los 18 años me acuerdo que fui a ver un entrenamiento de Olimpia. Me moría por entrar a jugar. Y así volví otro día y otro hasta que de repente faltó un jugador y me hicieron entrar. Yo la descosí y ahí mismo me convocaron para jugar directamente en la Primera; yo no pasé por la Cuarta”, dijo.

El hombre no solamente jugó para Olimpia sino también para Huaytiquina como refuerzo temporario. En una final con Unión Maderero uno de los dirigentes del rival se lo quiso llevar a General Mosconi. Cuando se enteró el presidente de Olimpia le prometió algo que no podía rechazar: un trabajo en Massalin. En esos tiempos, y con 18 años, entrar a trabajar en esa fábrica era asegurarse el porvenir. Y así lo hizo. Trabajó como su juego en la cancha: en todas las posiciones y en todos los cargos. Fueron más de 18 años los que estuvo en el tabaco; hasta que cerró en la “década de Menem”.

“Yo cumplía un horario, pero estaba como un león enjaulado. No veía la hora de salir de la fábrica para ir a la calle a entregar el carbón. Soy callejero por naturaleza y eso no se va a cambiar nunca. Así que tenía dos trabajos: vendiendo carbón y armando cigarrillos. Así fue que decidí comprarme una rastrojera modelo 77. Yo la compré en el año 78, pagué 400 pesos y fue la mejor inversión de mi vida”, dijo. De hecho el hombre habla hoy apoyando un pie sobre el paragolpes del vehículo que sigue circulando y repartiendo el carbón a pesar de que tiene una camioneta de esas japonesas toda nueva.

Como buen callejero no se casó. Tuvo parejas e inclusive hijos; Marcelo y Patricia. El varón trabaja con él. “Acá nadie quiere venir a trabajar porque dicen que es sucio. Por eso trabajamos solos con Marcelo”, comentó.

Ahora bien, al hombre, como a todo padre, se le iluminan los ojos cuando habla de su nena, de Patricia y sobre cómo le costó tanto estudiar en Salta.

“Yo la inscribí en un secundario de la ciudad. Luego de terminar ahí pasó a la UNSa a estudiar analista de sistemas. Muy pocos saben el sacrificio que es ir a estudiar de Rosario a Salta todos los días durante más de 11 años, en el viejo Tanoa”, narró el carbonero.

Es el orgullo del hombre, más que el fútbol, los campeonatos ganados, las fotos y las páginas de El Tribuno donde salió publicado allá por los años 70.

Sin embargo hay algo que lo tiene mucho más enloquecido. Resulta que su hija formó una familia, que vive en Campo Quijano, y tiene con su pareja a una nena pequeñita que se llama Maité, que tiene 4 años, y que revolucionó a los Guantay.

“Yo me desespero porque venga a visitarme. Ahora ya le estoy preparando un pesebre todo iluminado en el jardín de casa. Todo lo que hago es por ella. Ya me olvidé de todo lo que tenía pensado, planeado, organizado en mi vida; ahora trabajo sólo para ella”, dice casi llorando.

De pronto vienen clientes a comprar al por mayor. El hombre le vende a los pequeños comerciantes, a los parripollos, y sobre todos a los asadores tradicionales de los fines de semana. Carga de una sola vez 8 bolsas chiquitas, dos de las bolsas grandes. Es un gran laburante. “Yo no tengo horarios. Los camiones vienen cuando pueden y yo tengo que estar bien despierto. Yo atiendo a toda hora y a todos. De mañana nos ponemos las máscaras y comenzamos bien temprano con Marcelo. Yo salgo de reparto y vuelvo al mediodía. Ahora bien, yo creo que cada vez que nos vamos haciendo más viejo nos hacemos más guapos para el trabajo. Yo cada día trabajo más y no sé hasta cuando va a durar esto; cada día me siento mejor”, dijo. Y lo extraño es que Eduardo trabaja en el polvo del carbón y lo hizo en la cigarrera y según él respira de los más bien; es más: hasta sigue jugando al fútbol con los súper súper súper veteranos de Olimpia cuando se entreveran en los tradicionales partidos de hacha y tiza del Valle de Lerma.

“Yo ahora recién estoy gestionando mi jubilación. Sin embargo voy a seguir trabajando en esto del carbón porque es mi vida. Yo salgo, hablo con la gente, me entero de cosas, me río, gano plata y la paso bien. Luego con Marcelo pedimos comida y estamos felices. Si yo me quedo en casa encerrado me muero, así que voy a seguir entregando el carbón hasta que me muera”, dijo y quedó en el aire aquella zamba lenta y ramiada que lo recordaba al chileno Maturana.

“Tal vez el carbón se acuerde 

del hombre que lo quemaba 

y que en el humo iba al cielo  

machadito Maturana”.

Fuente:

Texto: Antonio Gaspar.

Foto: Javier Corbalán

https://www.eltribuno.com/salta/nota/2018-8-4-23-3-0-eduardo-guantay-reparte-el-carbon-en-el-valle-de-lerma-desde-hace-mas-de-50-anos