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Miércoles de cenizas, enharinado nos vio pasar…


Por Argentina Mónico

En tiempos de carnaval, quiso el Señor llevarte a festejar en los cielos, y es así que un 4 de febrero de 2008, cambiaste de querencia y como dice uno de tus versos:

(…) Con la conciencia tranquila
no tengo miedo a morir;
es sólo un cambio de flete.
Otra forma de vivir.

Cuando la muerte se allegue
por mis pagos otra vez,
después de matear un rato,
tranquilo la seguiré.

Voy a silbar una copla
delgado, mientras ensillo,
aviándome de coraje
para seguir mi camino.

Y cambiaré de querencia
por ver qué hay del otro lado.
Se me hace que hay ser lindo
ya que nadie ha regresado. (…)

Abel Mónico Saravia nació en Salta un 24 de agosto de 1928, era hijo de Doña Argentina Saravia Saravia y de Don Abel Emilio Mónico Gorriti, hijo de un inmigrante italiano que se afincó en Tucumán dedicado al comercio de ferretería y maquinarias.

Don Abel Emilio Mónico se casó en segundas nupcias con Doña Argentina Saravia, y ya tenía 5 hijos: Rogelio, Turca, Irma, Gringa y Alberto, quienes se integraron a la nueva familia gracias al cariño de Doña Argentina, y de este nuevo matrimonio nacieron: Pila, Abel, Estela, Negra, Carlos y María Elena.

En la cuna de esta familia numerosa vivió Abel, pasando su infancia en los distintos puestos de la estancia Gualiama, ubicada en la 2º sección de Rosario de la Frontera, en el paraje de Las Saladas, cuyo nombre según su propia versión deriva del nombre de una cacique india “Gualamba” que se instaló en esa zona.

De muy niño contrajo poliomielitis lo cual afectó una de sus piernas, debiendo sufrir una serie de operaciones para poder caminar. Esto sin duda marcó su vida y se esforzó por demostrar sus otras capacidades y nunca se sintió minusválido a pesar de las diversas situaciones de diferenciación que tuvo que vivir, demostró con su personalidad que a pesar de ser diferente podía destacarse sobre los demás, adoptando una personalidad segura y dominante.

Su vida era el campo, disfrutaba de las actividades propias del gaucho, aprendió a pialar, a montar con destreza, a conocer el monte y los animales, teniendo una gran capacidad de observación, lo que le permitió acumular un gran conocimiento sobre la naturaleza, la vida del campo, sus costumbres, dando cuenta de ello en sus canciones.

Cursó sus estudios primarios como interno en el Colegio Salesiano y posteriormente en el Colegio Belgrano. Su vida como estudiante no fue muy grata, siempre se distinguió por su inteligencia y se aburría de las clases comunes, molestando a los curas, quienes le aplicaron un sinfín de castigos, muchos de los cuales eran injustos. Aprovechaba sus días de interno para leer a distintos autores y escribir, y contaba los días para que lleguen las  vacaciones para poder subir al tren que lo llevaría hasta El Galpón u Horcones  y luego en caballo llegar hasta la finca.

De joven aprendió a tocar la guitarra y a cantar, le gustaban las costumbres de los lugareños y no se perdía reunión para escuchar los relatos y las bagualas que entonaban los gauchos de la zona, de esta manera logró acumular un gran conocimiento de la gente del lugar, sus penas y alegrías, sus necesidades y problemas, describiendo en sus canciones esta realidad observada y vivida.

Cuando terminó el secundario se fue a La Plata a estudiar Ingeniería Mecánica, ya que le gustaba mucho trabajar con herramientas y máquinas, pero como le requería mucho tiempo esta carrera, decidió estudiar Abogacía, alternando sus estudios con las peñas que conformaron con amigos de Salta y Jujuy.

Esta actividad auxiliar hizo alargar sus estudios recibiéndose ya casado con su tercer hijo en camino, con un examen que todos recuerdan por su larga duración y los aplausos que todo el tribunal le rindió; pero seguramente más recordado fueron los festejos de su graduación ya que duró toda una semana entre guitarras, vino y amigos.

En La Plata conoció a su mujer Clyde, a quién enamoró con su gran personalidad y su canto, y con quien tuvo cuatro hijos: María Alejandra, Abel David, Juan Pablo y Argentina, siendo los varones como astillas del mismo palo, ya que cultivan las costumbres gauchescas hasta el día de hoy.

Cuando se recibió de abogado, volvió a Salta desempeñándose en diferentes funciones dentro del ámbito profesional, fue asesor de la Policía de Salta, Fiscal de Estado, Secretario de la Exma. Corte de Justicia, Fiscal de Corte, Ministro de la Exma. Corte de Justicia y también Presidente de la misma.

También ejerció la docencia en la Universidad Católica de Salta, destacándose en Derecho Administrativo, logrando incorporarse como miembro del Comité Ejecutivo de la Asociación Argentina de Derecho Administrativo y Vicepresidente de la Asociación Latina de Derecho Administrativo.

Como docente fue una persona que instaba a sus alumnos a sacar lo mejor de sí, a desarrollar sus capacidades intelectuales para comprender la teoría y no memorizarla, tratando de vincularla con la realidad laboral. En esta Universidad fue Secretario General y posteriormente Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.

Pero en lo que realmente se destacó fue en su producción poética, ya desde niño escribía cuentos y de joven desde su experiencia en la vida de campo, logró comulgar en poemas la realidad del gaucho salteño, escribiendo en diferentes estilos, zambas, gatos, chacareras, guaranias, polcas, etc..

Su producción poética es prolífera, aún hoy se encuentran entre hojas añejas y papeles olvidados, algún poema de su inspiración envidiable. Hasta momentos antes de su muerte siguió inspirado y escribiendo, lamentándose que por su enfermedad, le dificultaba el poder leer que era su gran pasatiempo.

Entre su producción, la que fueron grabadas por distintos conjuntos folclóricos como: Los Chalchaleros, Las Voces de Orán, Los Fronterizos, Los Nocheros, El Chaqueño Palavecino, Jorge Cafrune, entre otros, podemos encontrar: La Cerrillana, Velay no sé, La Chicharra Cantora, La Llovedora, Amalaya, Chacarera de Gualiama, etc..

Cuando se jubiló de abogado, se dedicó a compartir con sus amigos largas tertulias, a visitar amigos y recorrer lugares, y cuando el cuerpo ya no le permitió trasladarse, sin pensar y como cosas del destino, se dedicó a cuidar de su mujer, quien en su tiempo le dedicó toda su vida, y así compartió hasta los últimos momentos de su existencia el cariño de esposo.

                Y un 19 de enero del 2008, una noche fatídica hizo que una caída desatara una agonía de varios días, hasta fallecer un 4 de febrero del 2008, al comienzo del carnaval, y a pesar de que en uno de sus escritos dice “quisiera morir de golpe, pero no de un golpe…” pareciera que no fue así, se reencontró con la muerte, cambió de flete y se fue a compartir en el más allá con sus viejos amigos y seguramente estará disfrutando de un buen vino y de una buena música.

En relación a su obra Emilia Baigorria, quien lo conoció en Tribunales, realizó el siguiente análisis:

Su poesía es clara, casi directa, reservándose un cauce de márgenes donde la plurisignificancia no se desprende demasiado de su intencionalidad. Su palabra no traiciona la sinceridad. Desde esta poética tan propia describe el paisaje y sus sentimientos.

Si bien el lenguaje literario es semánticamente autónomo y tomando un concepto teórico de Víctor Manuel Aguiar e Silva en referencia a ese universo “ el poder suficiente para organizar mundos expresivos enteros”, se puede decir que Abel Mónico Saravia creó su propio lenguaje, su mundo expresivo y desde él su verdad. Así estableció una relación singular entre la palabra y su sentido porque es ella misma la que crea su propia realidad, ésto es: su palabra poética es contestataria con su realidad extraverbal.

Artículo publicado en esta misma revista

Hay mucho material para publicar aún de Abel Mónico Saravia, también canciones inéditas, por lo que seguramente seguiremos editando su obra; por el momento se publicaron dos libros, uno en vida «Bajo el cielo de Gualiama» y el otro en el 2020 en el aniversario de su cumpleaños, con la valiosa colaboración del Ing. Carlos Villa, «Fronterizos de estos pagos«.

 

La Montaráz

Verde sendero que subes
hasta el ranchito del cerro.
Último refugio de mi alma dolida,
guardián de mi fe.

Salvaje madre del monte
te pido escuches mi voz.
Quiero que me entiendan
las piedras dormidas,
las flores, las nubes,
el árbol y el sol.

Que sienta mi pie desnudo
la tibieza de tu seno,
y mis dedos pulsen,
del viento las cuerdas
poblando de zambas el suelo natal.

(…)

«El término de la vida nadie lo puede saber, ese es el mejor regalo que Dios nos hizo la nacer». Abel Mónico Saravia

Fuente: https://tertuliadejuanamanuela.com/